INÉS WEINBERGDE ROCA*
Clarín arg
La devastación y las masivas pérdidas humanas tras la Segunda Guerra Mundial dejaron lecciones que el mundo supo convertir en instituciones para estabilizar las relaciones geopolíticas.
Así nacieron los Acuerdos de Teherán, de 1943; de Moscú, en 1944; de Yalta, en febrero de 1945 -tres meses antes de la capitulación alemana-, y de Potsdam, en agosto del mismo año. A estos acuerdos políticos le siguieron la creación de los Tribunales de Núremberg y de Tokio, y la conformación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
El 21 de noviembre de 1945, frente al flamante Tribunal Militar de Núremberg, el fiscal de los Estados Unidos Robert Jackson pronunció su memorable informe de apertura. En uno de sus fragmentos dijo: “Este Tribunal, si bien es novedoso y experimental, no es producto de especulaciones abstractas ni fue creado para reivindicar teorías legalistas. […] El sentido común de la humanidad exige que la ley […] también debe llegar a los hombres que poseen un gran poder y lo usan de manera deliberada y concertada para poner en movimiento males que no dejan intacto ningún hogar en el mundo”.
Jackson fue un artífice muy activo en la conformación del Tribunal de Núremberg y en la creación de la normativa de derecho internacional para los juicios, y alegó que lo que estaba en juego era la civilización.
La Guerra Fría preservó la distancia bélica entre los dos grandes bloques ideológicos que surgieron en la posguerra. Tanto el bloque soviético como Occidente influyeron en los territorios bajo su dominio.
Aquel era un mundo estable y tenso pero de riesgos calculados, con conflictos periféricos como Corea, Cuba o Vietnam, o la puja entre dictaduras y revoluciones en América latina, que consiguió mantenerse relativamente equilibrado.
A mediados de la década del 80 el bloque soviético comenzó a disolverse a partir de la “glasnost” y la “perestroika” de Mijaíl Gorbachov, cuyo punto más alto fue la caída del Muro de Berlín en 1989. Ese acontecimiento histórico cambió el mapa geopolítico mundial y desestructuró la alianza dentro del Consejo de Seguridad. Por ello, la Corte Penal Internacional ya no es impulsada por todos sus miembros permanentes, sino solo por el Reino Unido y Francia.
Las transiciones de los antiguos países del bloque soviético hacia la democracia fueron muy diversas. Mientras la ex RDA (República Democrática Alemana) desapareció en forma pacífica y se reunificó con la RFA (República Federal Alemana), la transición más sangrienta tuvo lugar en los Balcanes, cuando Yugoslavia se desmembró a través de la guerra.
Si bien el esfuerzo de un notable número de especialistas ha fructificado en la creación de instituciones cuyo objetivo ha sido el de tratar de recuperar el equilibrio en la convivencia social mundial, éstas hoy han dejado de ser eficientes ante las atrocidades vigentes.
Todavía los conflictos armados de finales del siglo XX, como fueron los de las guerras en la ex Yugoslavia y Ruanda, no encontraron una respuesta en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que creó los Tribunales Penales ad hoc para juzgar los crímenes allí cometidos. Ambos organismos se integraron con jueces de los cinco miembros permanentes: Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia. El 11 de septiembre de 2001, los atentados terroristas contra las Torres Gemelas nos sacudieron profundamente. Dentro y fuera de los Estados Unidos todos lo sentimos como un ataque a nuestra cultura, a nuestros valores y a Occidente.
El mundo atraviesa un período de creciente inestabilidad geopolítica. Las Naciones Unidas, más allá de las exhortaciones de su Secretario General, no logran restaurar la estabilidad en Ucrania y Medio Oriente. Y como dice el escritor Don DeLillo en su libro En las ruinas del futuro, “la respuesta del terror es un relato que se ha ido escribiendo a lo largo de los años, pero que ahora se vuelve inexorable” y los territorios ocupados hoy “son nuestras vidas y nuestras mentes”.
Hannah Arendt dice en su libro Hombres en tiempos de oscuridad, y hoy tiene plena vigencia, que “la historia conoce varios períodos de oscuridad, donde el mundo se tornó tan dudoso que la gente cesó de pedirle a la política otra cosa que no fuera demostrar una verdadera consideración por sus intereses vitales y la libertad personal”.
El avance más significativo conseguido en los tribunales internacionales, creados para juzgar crímenes de guerra y genocidios, ha sido el de habilitar a las víctimas un espacio en la justicia para que la narración de esos acontecimientos quede registrada, que exista una narración para la Historia, y que las voces silenciadas tengan una caja de resonancia.
Hoy la Corte Penal Internacional no cuenta con el apoyo en bloque de tres de los poderosos miembros permanentes del Consejo de Seguridad. En sus primeros años, fue cuestionada como un tribunal europeo focalizado en África y de ser un instrumento neocolonial. Más recientemente ha sido criticada por ser un instrumento de Occidente contra Rusia.
El defecto más destacable de la comunidad internacional, como comunidad de valores, es que carece de un soberano que garantice la aplicación del derecho penal internacional. Durante el siglo XX ese soberano fue el Consejo de Seguridad de la ONU.
Si las guerras impulsan la evolución del derecho penal internacional, solo en períodos de paz la comunidad mundial puede buscar los consensos imprescindibles para encarar una reestructuración del sistema de justicia internacional. Hoy, el futuro depende de las nuevas reglas de convivencia que esta comunidad de valores a la que pertenecemos establezca para garantizar un progreso en paz.
* Jurista argentina especialista en derecho internacional y derechos humanos que ha desempeñado cargos judiciales en su país y en tribunales internacionales.