Ana Pardo de Vera*
Público es
La violencia de la DANA en València, sobre todo, pero también en los territorios castellano-manchego, andaluz o catalán, nos ha dejado sobrecogidas, además, en medio de un clima político que parece el peor de todos para tanta tragedia. La violencia con la que se recibió ayer a las autoridades del Estado (a todas ellas, desde el rey al president Carlos Mazón) viene a confirmar lo que muchos nos tememos desde hace tiempo: el inframundo de la extrema derecha, del neofascismo, neonazismo o chámalle X, que decimos en Galicia, está asentado en una dimensión cada vez mayor que ya invade la de la democracia y asoma cada vez con más fuerza para cargárselo todo y hacerse con el poder autoritario y de la fuerza al que aspiran. Da igual que se estén buscando cadáveres entre escombros o que un pueblo pida ayuda desesperado: esta especie carroñera sabe perfectamente dónde tiene que estar para azuzar el miedo y la desesperación con sus mensajes antipolíticos y sus bulos. Cuanto mayor sea la desgracia, mejor para la carroña ultra, que apesta todo terreno por el que pasa.
Las víctimas de la catástrofe merecen todo nuestro apoyo y comprensión: es muy difícil abarcar el sentimiento de pozo sin fondo en el que deben encontrarse en este momento, sobre todo, aquellas que se han visto golpeadas por la pérdida de vidas humanas en su familia y/o entorno. Su dolor no puede ser cuestionado de ninguna manera; su desamparo, tampoco, por lo que la utilización de esta desolación para fines partidistas y de poder debe ser condenado de inmediato por todo aquel que se diga demócrata; incluso, que se considere un ser humano decente. Las víctimas deben ser arropadas, escuchadas, aliviadas sin escatimar ni un medio material e inmaterial y reparadas en el menor tiempo posible: prohibido olvidarlas cuando pasen unos días, que nos conocemos.
Mientras tanto, la respuesta pública debe ser contundente frente a quienes hablan de «Estado fallido» y no sé cuántas gilipolleces más, con perdón, mientras tratan de invadir el espacio institucional y cargárselo por la vía violenta, como están forzando desde el inframundo ultra, con la complicidad de dos tipos de personas (un decir): quienes los consideran una vía de acceso o un apoyo para lograr el poder y quienes no los ven con malos ojos, no nos engañemos, que xenófobos, machistas, homófobos, misóginos, racistas y otros especímenes de igual calaña, habelos, hailos, y son siempre demasiados/as.
España no es un Estado fallido, en absoluto, entre otras cosas, porque somos nosotras y nosotros quienes decidimos qué Estado queremos … o que no queremos, pero nos conformamos, como me temo que es el caso desde hace muchos años con la complicidad de un PP satisfecho y un PSOE resignado en sus bases y acomodado en su dirigencia; en los últimos años, menos, porque la diversidad creciente de este país, la ruptura de corsés arrastrados desde el franquismo -y los que quedan-, le ha obligado a moverse hacia esa pluralidad territorial y hacia la izquierda. Y el PP y resto de la (ultra)derecha no lo perdonan -nunca han perdonado a los socialistas instalarse en La Moncloa, en realidad-, aunque la sensación siga siendo demasiadas veces la de que el PSOE busca hacerse perdonar por la derecha, convertida, a su vez, en estos tiempos, en una ultraderechita cobarde, que imita a Vox y esconde la mano enseñando los dedos, pactando gobiernos y recortando Estado social, sobre todo. También en la Comunitat Valenciana.
La tragedia infinita de la DANA nos señala a todas y todos, no solo a los políticos/as, y sería bueno que no ocurra lo de la pandemia («Saldremos mejores»), cuyo final trajo consigo también el olvido del refuerzo prometido de la sanidad pública o las residencias de mayores, por ejemplo, con mayorías absolutas de quienes solo desean un Estado raquítico que sostenga su poder, a sus privilegiados, y no el bienestar, los derechos humanos y la igualdad de derechos y oportunidades de las personas a las que gobiernan. Nuestras decisiones cuentan; las de cada uno de nosotros y nosotras; a la hora de votar, por supuesto, pero también a la hora de conformarnos, callarnos, desinformarnos, difundir bulos o mirar para otro lado ante la corrupción y comportamientos carentes de la mínima ética para un político/a. Por supuesto que el Estado son el rey (ojalá la república), las Cortes, la Justicia, el Gobierno español, los autonómicos y municipales o los funcionarios/as y trabajadores públicos, pero el Estado también eres tú y está en nuestra mano darle forma. Hay vidas que dependen de eso, lo hemos comprobado demasiadas veces ya.