Rusia blinda sus conquistas en el este de Ucrania y apuesta por desgastar a Kiev y sus socios en un conflicto muy largo y costoso
JUAN ANTONIO SANZ/Público es
Cuando se cumplen dos años de la invasión rusa de Ucrania, la estrategia del Kremlin parece estar dando sus frutos. El conflicto armado se adivina aún largo y con inevitables pérdidas territoriales para Ucrania. El segundo año de guerra ha erosionado la confianza en una victoria sobre Rusia, ha hipotecado el futuro de Ucrania y ha desgastado la economía europea, sin llegar a cubrir las necesidades básicas ucranianas para resistir a Moscú.
El desastre humano tras dos años de guerra es aún incalculable. Según la ONU, cerca de 10.600 civiles han muerto desde que comenzó la invasión rusa. El número de soldados caídos en ambos bandos es incierto, pues ni Ucrania ni Rusia quieren revelar los datos propios e insisten en cifrar en cientos de miles los soldados enemigos abatidos en un conflicto cuyas tornas han dado la vuelta en el último año.
Después del caos y los numerosos errores tácticos cometidos al comienzo de la invasión, el Ejército ruso tiene en estos momentos la iniciativa bélica, ha blindado sus conquistas en el este de Ucrania y ha asfixiado la capacidad de ataque ucraniana.
Ucrania lanzó en junio pasado una contraofensiva con los carros de combate occidentales en vanguardia de sus ataques en Zaporiyia y en la región de Donetsk. Sin embargo, tal operación se estrelló contra las fuertes defensas que Moscú había tendido desde fines del año 2022 a lo largo de mil kilómetros de la línea del frente.
Las carencias en municiones, armamento decisivo y tropas para reponer las enormes pérdidas en personal militar que está causando la guerra han puesto a Ucrania contra las cuerdas y solo podría sacarla de este atolladero una masiva ayuda occidental, que, tal y como están las cosas, podría no llegar nunca. Mientras, Rusia ha multiplicado su producción de armamento y movilizado a centenares de miles de efectivos para aguantar, si es preciso, otros dos años o más de guerra.
Las dudas de los aliados
La Unión Europea ha gastado ya más de 85.000 millones de euros en el conflicto, en todo tipo de ayuda, incluida la militar, y tiene comprometidos otros 50.000 millones. Estados Unidos ha dedicado 70.000 millones y tiene otros 55.000 pendientes de una difícil aprobación en el Congreso para su empleo en Ucrania, tanto para sostener las finanzas de este país como para adquirir armamento.
Por eso, la guerra en el último año no se ha caracterizado por el cierre de filas sin fisuras del primer año de contienda. En Estados Unidos crece el número de quienes piden que se ponga fin a la ayuda multimillonaria a Kiev. Además, la guerra lanzada por Israel en Gaza capta más la atención de los políticos, muchos de los cuales señalan que no se puede sostener dos conflictos a la vez, cuando, además, el principal contrincante de EEUU, esto es, China, está aprovechando la coyuntura para desafiar el hegemonismo estadounidense en el Pacífico y Asia.
En Europa, casi nadie cree ya realmente en una aplastante victoria ucraniana en la guerra y los discursos que siguen lanzando sus políticos en Bruselas suenan cada vez más huecos. Los gobiernos claman por la solidaridad con Ucrania, aunque al final el dinero empleado en defensa vaya más para el propio rearme europeo que para comprar granadas de artillería y misiles para Ucrania.
En el Sur Global, entretanto, la guerra de Ucrania ha sembrado una semilla de desconfianza mucho mayor ante el doble rasero occidental. Se imponen sanciones a Moscú, como las que anunció esta semana la Unión Europea, pero se sigue importando gas ruso a Europa, cerca de 40 millones de metros cúbicos de gas diarios. Y a través de la propia Ucrania.
La guerra, además, ha provocado la diversificación de las ventas rusas de hidrocarburos y ahora son China e India los mayores compradores. Y las sanciones internacionales poco pueden hacer al respecto.
El nerviosismo ucraniano de Biden
No es de extrañar que las dudas crezcan entre los aliados de Ucrania, con Estados Unidos al frente y su presidente, Joe Biden, viendo cómo se le tuercen las cosas y que su nuevo plan de ayuda para Ucrania esté estancada en el Congreso por la negativa republicana a seguir costeando una guerra sin fondo.
Una muestra de ese nerviosismo la ofreció esta semana Biden, cuando, en una cena de recaudación de fondos para su campaña electoral, llamó a Putin “loco hijo de puta”. Es comprensible la salida de tono de Biden si se tiene en cuenta que no tiene nada claro el resultado electoral en los comicios del próximo mes de noviembre ante Donald Trump, su eventual contrincante republicano.
El expresidente, buen amigo de Rusia en otros tiempos, es uno de los impulsores de la salida estadounidense de la guerra de Ucrania, donde el Pentágono y las empresas armamentísticas estadounidenses son los mayores benefactores del Ejército ucraniano. Trump ha llegado a decir que finiquitaría la guerra en menos de 24 horas. De momento, la decisión republicana de obstaculizar la multimillonaria ayuda de la Casa Blanca para Kiev ya está ralentizando el conflicto.
Y sin ese respaldo económico estadounidense es difícil que Ucrania resista un año más.
El doble rasero europeo
En Europa también crece la desconfianza ante el curso de la guerra, a pesar de las soflamas bélicas de muchos de sus líderes políticos, que agitan el manido fantasma de un próximo ataque ruso sobre algún país de la OTAN. No hay mejor pretexto para justificar un mayor desembolso en defensa, el mayor negocio de este siglo.
La burocracia europea, sin embargo, es el mejor aliado de Moscú. Aunque la UE acaba de aprobar ese paquete de ayuda a Ucrania de 50.000 millones de euros, es a cuatro años vista y la mayor parte de ese monto no es para comprar munición, cañones, drones y otras armas. Y el tiempo corre a favor de Rusia y en contra de Ucrania.
Alemania, que encabeza en Europa, junto con los países bálticos, los llamamientos a un rearme europeo y que ha prometido gastar más de 100.000 millones de euros en defensa, a la hora de la verdad decepciona a los ucranianos. El canciller Olaf Scholz se ha negado hasta el momento a suministrarles los misiles de largo alcance Taurus, un arma que, si bien no daría la vuelta al conflicto, al menos causaría muchos daños en la retaguardia rusa, que es lo máximo que puede hacer en estos momentos Ucrania, privada de munición y de hombres de reemplazo.
Este es otro de los grandes problemas que en los últimos meses se está revelando en toda su gravedad. El anterior comandante en jefe del Ejército ucraniano, Valeri Zaluzhni, reclamaba medio millón de efectivos más para poder hacer algo ante Rusia. Esta insistencia y otras diferencias con el presidente Volodímir Zelenski sobre la estrategia a desplegar en el conflicto llevaron a su destitución hace unas semanas.
La caída de Avdivka
El escenario con el que se abre el tercer año de guerra en Ucrania está marcado por ese reforzamiento ruso de la línea del frente, casi insuperable, con minas, trampas antitanque y búnkeres a lo largo de más de mil kilómetros, y por la renovada iniciativa del Ejército del Kremlin.
Hace una semana, el Ejército ruso obtuvo una de las victorias más importantes de la guerra, al tomar Avdivka. Esta localidad, como el año pasado lo fue Bakhmut, se ha convertido en un símbolo de la guerra y de cómo los soldados ucranianos han aguantado el asalto de un enemigo numéricamente superior y mejor armado.
Los militares ucranianos entrevistados por reporteros de guerra occidentales coincidían en Avdivka. Se ha ralentizado la llegada de armas y municiones occidentales, los soldados están exhaustos y no son reemplazados por efectivos de refresco. Una situación así lleva, más tarde o más temprano, a la derrota o a la aniquilación.
Aunque Zelenski ha minimizado la importancia de la pérdida de Avdivka, lo cierto es que sí ha sido un impacto para el Ejército ucraniano y se ha abierto una brecha que ahora toca cerrar, para evitar el avance ruso hacia el interior de Ucrania.
La guerra electoral de Putin
También Avdivka es una victoria que Putin quería enarbolar ante las elecciones presidenciales rusas que se celebran entre el 15 y el 17 de marzo próximos. El actual presidente, que ya lleva 24 años en el poder, acude sin ningún rival destacado y revalidará su mandato. Pero Putin quiere hacerlo a lo grande, con aires triunfalistas y para acallar el murmullo de la calle, que de nuevo moviliza a opositores y descontentos como ocurrió al principio de la guerra, aunque después fueran acallados con la cárcel. En Rusia pocos opositores dudan de que la actual persecución política es la mayor desde los tiempos de Stalin.
La sospechosa muerte del activista y opositor Alexéi Navalni, en una cárcel del Ártico, levantó una ola de protestas, con centenares de detenciones. El germen de la rebelión contra Putin es muy leve, pero está ahí y el señor del Kremlin lo teme más que a los misiles de largo alcance que Ucrania reclama a Occidente.
Alargar la guerra permitirá a Rusia conseguir más objetivos
Nadie habla aún de negociaciones, salvo como una hipótesis lejana. Pero llegará el momento de que ambos bandos se sienten a esa mesa. Ucrania querrá recuperar territorio y, ante este hándicap, acudirá a la negociación con el consuelo de una pronta adhesión a la Unión Europea, algo también complicado para un país en ruinas, futuro terreno de la desestabilización rusa.
Rusia habrá logrado algunos objetivos: impedir la incorporación a corto o medio plazo de Ucrania a la OTAN y anexionarse casi una quinta parte del país, incluida la península de Crimea ocupada en 2014. Ya nadie en Moscú habla de un plebiscito en las zonas prorrusas del Donbás, como pedían desde 2014, cuando comenzó toda esta ordalía con la revolución del Maidán en Kiev y la defenestración del gobierno prorruso de Víctor Yanukovich.
Se cumple una década de aquella revuelta que ensalzó el europeísmo de muchos ucranianos, pero que también estuvo marcada por los tejemanejes de EEUU para alinear a Ucrania en su bando.
Parecería que en el tablero de este gran juego son los rusos los que quedan acorralados estratégicamente, con la incorporación de Finlandia a la OTAN y con Suecia en capilla. Sin embargo, las apariencias pueden engañar, pues el gran premio, una Ucrania integrada en Occidente de forma plena, no parece que vaya a lograrse aún en mucho tiempo.