Ana Bernal Triviño*
Público es
En 2024 algunos hacen lo mismo que con las sufragistas a comienzos del siglo XX. Por entonces, hubo un empeño en demonizar a las sufragistas en postales, cartelería o en la prensa. La campaña era desautorizarlas en sus demandas. Decir que eran ridículas, mentirosas, emocionales, malas madres o esposas, malas mujeres, viejas y feas. Que había que callarlas y darles su merecido. Ahora, el fondo es igual solo que en un plató de televisión, un meme, un vídeo de Instagram o un mensaje en X.
Ya no nos pueden poner una brida de hace siglos o darnos alimentación forzosa como castigaban a las sufragistas para que escarmentaran, pero algunas sí recibimos mensajes deseando que nos violen, fotos con balas o frases como que nos van a meter por la boca una «buena» para que nos callemos. Estas son las opiniones de anónimos o anónimas. Las que también padecen otras mujeres aunque no tengan una exposición pública pero que son ridiculizadas o señaladas si en cualquier conversación laboral o familiar defienden una postura feminista que «rompe» la norma. Frente a los mensajes de anónimos, tenemos los que tienen renombre y firma. Políticos, periodistas o influencers que no nos mandan la pistola ni el deseo de ser violadas, pero en su empeño por desacreditarnos dan material al anónimo, que encuentra en él complicidad. Por mucho que incluso vaya de aliado porque cuando lleva más de un minuto de discurso aflora entre sus palabras que tan feminista no es.
También están los medios que no dedican ni diez minutos a hablar de asesinadas o violadas a diario, pero que cuando ven una polémica para tergiversar al feminismo te llaman. Hace días, la compañera Júlia Salander fue invitada por una frase que un entrevistador sacó de la chistera, la de «los hombres son violadores en potencia». Muchas no la usamos de forma habitual, porque sabemos que estamos en una sociedad sin memoria feminista, ni formación y ni si quiera se acerca para conocer la realidad de estas mujeres. En la mesa de un programa de televisión, un periodista le soltó «lerda» sin más argumentación. Ya tenían el espectáculo que buscaban. La gracia es que algunos «aliados» salieron a denunciar al periodista sin darse cuenta de que ellos se han comportado igual días antes o después con otras feministas. No decían «lerda», pero se irritaban haciendo un mitin de supuesta intelectualidad y mansplaining, lo que llevamos escuchando toda la vida para justificar comportamientos sin revisarse.
Días más tarde, un experto en violencia machista como Miguel Lorente escribió sobre los violadores en potencia, apoyando el significado de esa teoría y, cómo no, sin irritarse y sin sentirse agraviado por ello. Pero las críticas a él no fueron las que recibimos nosotras, que siempre somos desautorizadas a pesar de que en formación les demos veinte vueltas a los «referentes» audiovisuales que nos venden. Quizás el fondo es que depende de quién diga la frase.
Llevamos tres siglos teorizando desde las ciencias sobre la violencia contra las mujeres. Pero en 2024 están aún los que sostienen que hablamos desde la rabia y miedo. Las emocionales y no las racionales, negando nuestra experiencia y los datos.
El caso es que unos y otros consiguen lo que buscan: desacreditar al feminismo. No me molestaría tanto cuando dañar la imagen del feminismo tiene consecuencias terribles, porque este, y no el discurso falso y que sólo aporta ruido, es lo único que salva a las mujeres.
Estando yo de vacaciones, me avisaron que alguno dijo que mi artículo de aquí, en Público, sobre los «violadores en potencia» era una falacia. A diferencia de otros hombres que lo entendieron sin ofensas. Pero yo todavía estoy esperando a que los irritados me digan por qué otros hombres no se lo toman como ellos. Y, claro, no responden porque se niegan a reconocer que algo de machismo sigue por sus venas. Dónde pones el foco, te delata. ¿Habéis visto algunos de los irritados con la frase hablar estos días o en sus entrevistas sobre el caso Pelicot o los proxenetas y puteros que se han ido de rositas en Murcia? Las sufragistas decían «hechos, no palabras». Menos vídeos para ganar likes y dar más la cara.
También me avisaron de que alguno señalaba que yo buscaba el aplauso fácil. Tiene guasa dedicándome a la especialidad periodística menos valorada y más atacada. Por suerte, las víctimas no sueltan la mano, porque ellas sí saben de qué hablamos. Solo una cosa ante algunos vídeos de aliados orgullosos. Donde te den la razón los machistas, ahí no es. Para aplauso fácil no me trago años dedicada a esto con amenazas de violación o muerte, para eso me hago un podcast.
*Periodista española