Xavier Villar*
Durante más de una semana, las calles del Reino Unido han sido escenario de disturbios sin precedentes protagonizados por extremistas de derecha.
Automóviles incendiados, hoteles y refugios para refugiados atacados, y mezquitas locales convertidas en los principales objetivos de los alborotadores. Ahora, parece que la calma ha regresado en parte a las calles y que los disturbios han sido controlados en cierta medida, al menos en Inglaterra.
Tras el horrendo asesinato de tres niñas y las heridas infligidas a varias más en un ataque con cuchillo perpetrado por un joven de 17 años durante una clase de baile infantil en una tranquila calle residencial de Southport, el 29 de julio, estallaron disturbios públicos en todo el país, desde el suroeste hasta el noreste. Las calles se transformaron en un campo de batalla entre extremistas de derecha, la policía, inmigrantes y comunidades locales que se oponen a la violencia.
El asesino fue falsamente identificado en redes sociales por perfiles de extrema derecha y propagadores de fake news como un solicitante de asilo musulmán que había llegado ilegalmente en una pequeña embarcación. Para algunos agitadores de extrema derecha, se había alcanzado un punto de inflexión y era el momento de salir a las calles. Los vídeos y publicaciones de Tommy Robinson, exlíder de la ya desaparecida Liga de Defensa Inglesa, cuya cuenta en X/Twitter fue reactivada el año pasado por orden de Elon Musk, fueron vistos un promedio de 54,3 millones de veces al día entre el 30 de julio y el 9 de agosto, según el Centro para Contrarrestar el Odio Digital.
Hasta ahora, se ha arrestado a unas 1000 personas y casi 550 han sido acusadas. La preocupación en el Reino Unido por el futuro es mayor que nunca, ante el temor de lo que podría suceder con la expansión del fascismo, la xenofobia y el extremismo de derecha.
La continua normalización de las ideologías de extrema derecha culminó en los eventos de las semanas pasadas. Se incendiaron bibliotecas y una oficina de Citizens Advice, se destruyeron propiedades y se atacó a personas de color. Mientras tanto, el primer ministro Starmer emitió advertencias ambiguas, negándose a reconocer que la intención de los disturbios era aterrorizar a musulmanes y otras comunidades vulnerables.
Durante años, el gobierno conservador británico ha impulsado un discurso ultraconservador que promueve políticas contra grupos vulnerables y solicitantes de asilo, marcadas por la islamofobia y un fuerte compromiso con la represión de la disidencia. Un claro ejemplo de esto es Suella Braverman, la exministra del Interior, quien calificó las protestas en favor de Palestina como “marchas de odio”, lo que sirvió para criminalizar a los manifestantes y su apoyo a la causa palestina.
Otra figura clave para entender lo sucedido en el Reino Unido durante las últimas semanas es Nigel Farage, el rostro por excelencia del populismo de extrema derecha británico. Farage calificó “algunas de las acciones” de los manifestantes de extrema derecha como “verdaderamente repugnantes”, pero también pareció justificar a los alborotadores, afirmando que era “una reacción al miedo, al malestar y a la inquietud que comparten decenas de millones de personas”.
Además, Elon Musk, cuyos lazos con elementos fascistas son innegables, también jugó un papel relevante en la amplificación de la extrema derecha británica. Musk compartió—y luego eliminó—una publicación falsa del co-líder del partido de extrema derecha Britain First, que afirmaba que el Reino Unido estaba construyendo “campos de detención” para los alborotadores, y proclamó que la guerra civil en el país era “inevitable”.
Sin embargo, no debemos confundirnos pensando que se trata únicamente de voces “ultraradicales” o populistas. Demasiadas personas en posiciones de poder han negado la existencia de la islamofobia durante demasiado tiempo o, directamente, la han fomentado. La islamofobia puede definirse como una forma de racismo que se dirige contra las manifestaciones de la identidad musulmana o cualquier expresión pública percibida como tal.
En este contexto, es crucial entender que la islamofobia se ha convertido en una respuesta global a la presencia pública musulmana, y como tal, no es exclusivamente patrimonio de grupos extremistas. Grupos “respetables”, como el Partido Conservador británico, han estado normalizando el racismo antimusulmán durante años. Los ejemplos de esta normalización del discurso de odio son numerosos: desde la comparación de las mujeres musulmanas con “buzones de correos” por parte de Boris Johnson, que provocó un aumento del 375 % en los delitos de odio contra las mujeres musulmanas, hasta la exministra de Cultura Nadine Dorries, quien retuiteó mensajes de Tommy Robinson, un conocido activista de extrema derecha.
No se puede ignorar tampoco la cobertura negativa de los musulmanes en los medios británicos, donde se propagan regularmente estereotipos que facilitan la marginación de estas comunidades. Esto ha llevado a que un tercio de la población del Reino Unido respalde prejuicios como “el islam es una religión de violencia” o “los musulmanes nunca serán tan británicos como los demás británicos”.
Durante el auge de la crisis de refugiados sirios en 2015, los medios británicos mostraron una cobertura mucho más negativa en comparación con otros países europeos. La terminología deshumanizante dominaba los tabloides, que se referían a los refugiados como una “influencia”,“oleada”, “hordas” y “enjambres”. Además, los medios amplificaron los temores utilizando metáforas militares e imágenes de guerra, con titulares como “enviad al ejército” para detener la “invasión.”
Mientras las turbas de nacionalistas blancos atacaban a las comunidades musulmanas esta semana, estos medios se convirtieron en sus altavoces, amplificando la intolerancia. Algunos incluso afirmaron que los musulmanes debían esperar este tipo de comportamiento, mientras que otros promovieron peligrosas teorías de conspiración sobre una supuesta “islamización” de la sociedad. Al hacerlo, estos medios normalizaban puntos de vista que retratan a los inmigrantes de color como una amenaza para la sociedad británica y a los musulmanes británicos como una “comunidad sospechosa” a la que se culpa de los problemas del país.
Los medios británicos y los políticos han sembrado las semillas de este desorden violento, dedicando años a vilificar y convertir a los musulmanes en chivos expiatorios para desviar la atención de los fracasos en las políticas y ganar votos y audiencia. Mientras no se reviertan estos discursos de odio contra los musulmanes, es inevitable que se repitan estos disturbios violentos.
*PhD es Estudios Islámicos