Miguel Urbán*
Público es
La semana pasada, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunciaba a bombo y platillo un plan para rearmar a Europa ante el peligro ruso y la imprevisibilidad del histórico sheriff norteamericano. Un nuevo aumento, sin precedentes, del gasto militar europeo: hasta ochocientos mil millones en cuatro años. Para ello, se propone relajar las omnipresentes reglas de disciplina fiscal, permitiendo el endeudamiento de los Veintisiete; se favorecerán nuevos préstamos a los Estados mediante la reforma del Banco Europeo de Inversiones (BEI) e, incluso, se permitirá a los gobiernos desviar dinero destinado a los fondos de cohesión para el gasto militar. Lo que nunca fue posible para construir una Europa social ahora es posible para construir una Europa de la guerra.
Un multimillonario «plan de rearme» que se aprobará y gestionará al margen del escrutinio parlamentario de la Eurocámara. Así, Ursula von der Leyen decretó la excepcionalidad de la situación, recurriendo, de forma bastante cuestionable, al artículo 122 del Tratado de Funcionamiento de la UE para sortear al Parlamento Europeo. Una acelerada militarización de los espíritus europeos vía decreto que no solo ha gozado del apoyo unánime de los gobiernos de los Veintisiete, sino también de la casi totalidad de los grupos parlamentarios europeos. Más allá de quejarse por las formas de su aprobación, saltándose a la Eurocámara, han celebrado el plan de la Comisión para un rearme europeo. Un auténtico consenso de guerra.
Aunque ningún grupo ha cambiado tanto en tan poco tiempo como los Verdes. Fundado como un partido contra la guerra, en los últimos años se han convertido en fervientes defensores del rearme y la militarización europea. De hecho, ante la propuesta de rearme de Von der Leyen, los Verdes argumentaron la «necesidad de inversiones urgentes en defensa» y aplaudieron que «por fin haya propuestas concretas». Unas declaraciones que son como la noche y el día si las comparamos con su manifiesto fundacional (1980): «La política exterior ecológica es una política de no violencia (…) La no violencia no significa rendición, sino garantizar la paz y la vida por medios políticos en lugar de militares (…) El desarrollo de un gobierno civil fundado en el valor rector de la paz debe ir de la mano con el inicio inmediato de la disolución de los bloques militares, especialmente la OTAN y el Pacto de Varsovia».
De proponer «el desmantelamiento de la industria armamentística alemana y su conversión a la producción pacífica» a participar en el gobierno que más ha aumentado el presupuesto militar de Alemania desde la II Guerra Mundial. Todavía durante la campaña electoral federal alemana de 2021, los Verdes insistieron en que no se debían suministrar armas a los beligerantes en un conflicto. Apenas un año después, la ministra de Asuntos Exteriores alemana, Annalena Baerbock, esbozó el nuevo doble discurso verde: «Los envíos de armas ayudan a salvar vidas». De nacer como un partido más pacifista que verde a convertirse en una fuerza política más militarista que ecológica.
Un gasto público sin precedentes que todavía no está muy claro cómo se va a financiar. Por el momento, desde la Comisión se ha apuntado la relajación de las reglas de control presupuestario para permitir que el gasto militar no compute como déficit, la facilitación de nuevos préstamos permitiendo un mayor endeudamiento e, incluso, el desvío de los fondos de cohesión. Pero todas son medidas a corto plazo y con un carácter coyuntural. Como aseguró la presidenta de la Comisión, en algún momento los gobiernos tendrán que reducir su déficit para volver al ajuste presupuestario. Porque la activación de la cláusula de flexibilidad presupuestaria para aumentar el gasto rápidamente conlleva que, a medio plazo, tendrá que acomodarse presupuestariamente, ya sea subiendo los impuestos o reduciendo el gasto en otras partidas. Como ya señaló en una intervención en el Parlamento Europeo el secretario general de la OTAN, Mark Rutte: «Los países europeos gastan fácilmente hasta una cuarta parte de la renta inicial en pensiones, sanidad y sistemas de seguridad social, y solo necesitamos una pequeña fracción de ese dinero para reforzar mucho más la defensa».
Un auténtico cambio de paradigma que pretende impulsar no solo el gasto armamentístico, sino favorecer una reindustrialización europea en clave militar, como ya defendió el expresidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, en su informe Un plan para el futuro económico de Europa. Porque, como afirma Draghi: «En un mundo en el que nuestros rivales controlan gran parte de los recursos que necesitamos, tenemos que tener un plan para asegurar nuestra cadena de suministro —desde los minerales esenciales hasta las baterías y la infraestructura de recarga». Una visión de la defensa europea recogida en el Strategic Compass que ya no se basa en el mantenimiento de la paz, sino en la protección de infraestructuras críticas, la seguridad energética, el control de fronteras y la protección de las «rutas comerciales clave». Es decir, proteger los intereses europeos asegurando la «autonomía estratégica» de la UE.
De esta forma, la remilitarización se ha convertido en la clave de bóveda del nuevo proyecto de «Europa potencia» en el marco de la policrisis global, complementando el constitucionalismo de mercado que ha imperado hasta ahora con un pilar securitario más reforzado. La invasión imperialista de Putin ha permitido cohesionar a la opinión pública sobre la base de la construcción de un fuerte sentimiento de inseguridad. Una estrategia del shock, con tambores de guerra de fondo, que está siendo utilizada por las élites europeas no solo para cumplir su viejo objetivo de una integración militar europea, sino también para reforzar un modelo de federalismo oligárquico y tecnocrático.
*Ex eurodiputado por Anticapitalistas