Scott Ritter*
Llevo más de dos décadas escribiendo sobre Irán. En 2005, viajé a Irán para averiguar la «verdad sobre el terreno» acerca de esa nación, una verdad que luego incorporé a un libro, Target Iran (Objetivo Irán), en el que exponía la colaboración entre Estados Unidos e Israel para elaborar una justificación de un ataque militar contra Irán destinado a derrocar a su gobierno teocrático. Seguí este libro con otro, Dealbreaker, en 2018, que actualizaba este esfuerzo estadounidense-israelí.
Ya en noviembre de 2006, en un discurso pronunciado en la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad de Columbia, subrayé que Estados Unidos nunca abandonaría a mi «buen amigo» Israel hasta que, por supuesto, lo hiciéramos. ¿Qué podría precipitar tal acción, pregunté? Señalé que Israel era una nación ebria de arrogancia y poder, y que a menos que Estados Unidos encontrara la forma de quitar las llaves del contacto del autobús que Israel conducía hacia el abismo, no nos uniríamos a Israel en su viaje suicida como un lemming (1).
Al año siguiente, en 2007, durante un discurso ante el Comité Judío Estadounidense, señalé que mis críticas a Israel (contra las que muchos de los asistentes se sintieron muy ofendidos) procedían de una preocupación por el futuro de Israel. Subrayé la realidad de que había pasado la mayor parte de una década intentando proteger a Israel de los misiles iraquíes, tanto durante mi servicio en la Tormenta del Desierto, donde desempeñé un papel en la campaña contra los misiles SCUD, como en calidad de inspector de armas de las Naciones Unidas, donde trabajé con la inteligencia israelí para asegurarme de que se eliminaban los misiles SCUD iraquíes.
«Lo último que quiero ver», dije a la multitud, «es un escenario en el que los misiles iraníes impactaran en el suelo de Israel. Pero a menos que Israel cambie de rumbo, éste es el resultado inevitable de una política impulsada más por la arrogancia que por el sentido común.»
En la noche del 13 al 14 de abril de 2024, mis preocupaciones se reprodujeron en directo ante una audiencia internacional: llovieron misiles iraníes sobre Israel, y no había nada que Israel pudiera hacer para detenerlos. Como había ocurrido poco más de 33 años antes, cuando los misiles SCUD iraquíes superaron las defensas antimisiles Patriot estadounidenses e israelíes para golpear a Israel docenas de veces en el transcurso de un mes y medio, los misiles iraníes, integrados en un plan de ataque diseñado para desbordar los sistemas de defensa antimisiles israelíes, golpearon impunemente objetivos designados dentro de Israel.
A pesar de haber empleado un amplio sistema integrado de defensa antimisiles compuesto por el denominado sistema «Cúpula de Hierro«, baterías de misiles Patriot de fabricación estadounidense e interceptores de misiles Arrow y David’s Sling, junto con aviones estadounidenses, británicos e israelíes y defensas antimisiles a bordo de buques estadounidenses y franceses, más de una docena de misiles iraníes alcanzaron aeródromos e instalaciones de defensa antiaérea israelíes fuertemente protegidos.
El ataque con misiles iraníes contra Israel no surgió de la nada, por así decirlo, sino que fue una represalia por un ataque israelí del 1 de abril contra el edificio del consulado iraní, en Damasco (Siria), en el que murieron varios altos mandos militares iraníes. Si bien Israel ha llevado a cabo ataques contra personal iraní dentro de Siria en el pasado, el ataque del 1 de abril se diferenció no sólo en que mató a personal iraní de muy alto rango, sino en que golpeó lo que jurídicamente era territorio soberano iraní: el consulado iraní.
Desde la perspectiva iraní, el ataque al consulado fue una línea roja que, de no ser respondida, borraría cualquier noción de disuasión, abriendo la puerta a acciones militares israelíes aún más descaradas, incluidos ataques directos a Irán. Sin embargo, se sopesaban en contra de la retaliación una compleja red de objetivos políticos entrelazados que probablemente se verían desacreditados por el tipo de conflicto a gran escala entre Israel e Irán que podría ser precipitado por cualquier ataque retaliatorio significativo de Irán contra Israel.
Ante todo, Irán ha emprendido una política estratégica basada en un pivote que se aleja de Europa y Estados Unidos y se dirige hacia Rusia, China y la masa continental euroasiática. Este giro se ha visto impulsado por la frustración de Irán ante la política de sanciones económicas impulsada por Estados Unidos, y la incapacidad y/o falta de voluntad por parte del Occidente colectivo para encontrar una vía que permita el levantamiento de estas sanciones. El fracaso del acuerdo nuclear iraní (el Plan Integral de Acción Conjunta o JCPOA, por sus siglas en inglés) para producir el tipo de oportunidades económicas que se habían prometido en el momento de su firma ha sido uno de los principales impulsores de este pivote iraní hacia Oriente. En su lugar, Irán se ha adherido tanto a la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) como al foro de los BRICS y ha dirigido sus energías diplomáticas a que Irán se integre plena y productivamente en ambos grupos.
Una guerra general con Israel causaría estragos en estos esfuerzos.
En segundo lugar, pero no menos importante en la ecuación geopolítica general para Irán, está el conflicto en curso en Gaza. Se trata de un acontecimiento que cambia las reglas del juego, en el que Israel se enfrenta a una derrota estratégica a manos de Hamás y sus aliados regionales, incluido el eje de resistencia dirigido por Irán. Por primera vez, la cuestión del Estado palestino ha sido abordada por una audiencia mundial. Esta causa se ve facilitada además por el hecho de que el gobierno israelí de Benjamín Netanyahu, formado a partir de una coalición política que se opone vehementemente a cualquier noción de estatalidad palestina, se encuentra en peligro de colapso como resultado directo de las consecuencias acumuladas por el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 y el posterior fracaso de Israel en derrotar a Hamás militar o políticamente. Israel se ve igualmente obstaculizado por las acciones de Hezbolá, que ha mantenido en jaque a Israel a lo largo de su frontera septentrional con Líbano, y de actores no estatales como las milicias iraquíes proiraníes y los Houthi de Yemen, que han atacado a Israel directamente y, en el caso de los Houthi, indirectamente, cerrando líneas de comunicación marítimas críticas que tienen como resultado el estrangulamiento de la economía israelí.
Pero es Israel quien más daño se ha hecho a sí mismo, llevando a cabo una política genocida de represalias contra la población civil de Gaza. Las acciones israelíes en Gaza son la manifestación viva de la misma arrogancia y de las políticas impulsadas por el poder sobre las que ya advertí en 2006-2007. Entonces dije que EEUU no estaría dispuesto a ser pasajero de un autobús político conducido por Israel que nos llevara al precipicio de una guerra imposible de ganar con Irán.
Con su comportamiento criminal hacia los civiles palestinos de Gaza, Israel ha perdido el apoyo de gran parte del mundo, poniendo a Estados Unidos en una posición en la que verá irremediablemente dañada su ya manchada reputación, en un momento en que el mundo está pasando de un periodo de singularidad dominada por Estados Unidos a una multipolaridad impulsada por los BRICS, y Estados Unidos necesita conservar tanta influencia en el llamado «sur global» como sea posible.
EEUU ha intentado -sin éxito- quitar las llaves del contacto del autobús suicida de Netanyahu. Ante la extrema reticencia del gobierno israelí a modificar su política respecto a Hamás y Gaza, la administración del presidente Joe Biden ha empezado a distanciarse de la política de Netanyahu y ha advertido a Israel de que su negativa a modificar sus acciones en Gaza para tener en cuenta las preocupaciones estadounidenses tendría consecuencias.
Cualquier represalia iraní contra Israel tendría que navegar por estas aguas políticas extremadamente complicadas, permitiendo a Irán imponer una postura de disuasión viable diseñada para impedir futuros ataques israelíes, asegurándose al mismo tiempo de que no se desviaran ni sus objetivos políticos relativos a un pivote geopolítico hacia el este, ni la elevación de la causa de la estatalidad palestina en la escena mundial.
El ataque iraní contra Israel parece haber maniobrado con éxito a través de estos escollos políticos. Lo hizo, ante todo, manteniendo a Estados Unidos al margen de la lucha. Sí, Estados Unidos participó en la defensa de Israel, ayudando a derribar decenas de drones y misiles iraníes. Este compromiso benefició a Irán, ya que sólo reforzó el hecho de que no existía ninguna combinación de capacidad de defensa antimisiles que pudiera, en última instancia, impedir que los misiles iraníes alcanzaran sus objetivos designados.
Los objetivos que Irán atacó –dos bases aéreas en el desierto del Néguev desde las que se habían lanzado los aviones utilizados en el ataque del 1 de abril contra el consulado iraní, junto con varios emplazamientos de defensa aérea israelíes– estaban directamente relacionados con los puntos que Irán intentaba exponer para establecer el alcance y la escala de su política de disuasión. En primer lugar, que las acciones iraníes estaban justificadas en virtud del Artículo 51 de la Carta de la ONU -Irán tomó represalias contra los objetivos en Israel directamente relacionados con el ataque israelí contra Irán- y, en segundo lugar, que los emplazamientos de defensa aérea israelíes eran vulnerables a un ataque iraní. El impacto combinado de estos dos factores es que todo Israel era vulnerable a ser atacado por Irán en cualquier momento, y que no había nada que Israel o sus aliados pudieran hacer para detener tal ataque.
Este mensaje resonó no sólo en los pasillos del poder en Tel Aviv, sino también en Washington, DC, donde los responsables políticos estadounidenses se enfrentaron a la incómoda verdad de que, si Estados Unidos actuaba de acuerdo con Israel para participar o facilitar una represalia israelí, las instalaciones militares estadounidenses en todo Oriente Próximo se verían sometidas a ataques iraníes que Estados Unidos sería incapaz de detener.
Por eso los iraníes pusieron tanto énfasis en mantener a EEUU fuera del conflicto, y por eso la administración Biden estaba tan ansiosa por asegurarse de que tanto Irán como Israel comprendieran que EEUU no participaría en ningún ataque de represalia israelí contra Irán.
Los «Misiles de Abril» representan un momento de cambio radical en la geopolítica de Oriente Medio: el establecimiento de una disuasión iraní que afecta tanto a Israel como a Estados Unidos. Aunque las emociones en Tel Aviv, especialmente entre los conservadores más radicales del gobierno israelí, están a flor de piel, y la amenaza de una represalia israelí contra Irán no puede descartarse por completo, el hecho es que el objetivo político subyacente del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu en el transcurso de los últimos más de 30 años, a saber, arrastrar a EEUU a una guerra con Irán, ha sido puesto en jaque mate por Irán.
Además, Irán ha podido lograrlo sin interrumpir su pivote estratégico hacia el este ni socavar la causa de la creación del Estado palestino. La «Operación Promesa Verdadera«, como denominó Irán a su ataque de represalia contra Israel, pasará a la historia como una de las victorias militares más importantes en la historia del Irán moderno, teniendo en cuenta que la guerra no es más que una extensión de la política por otros medios. El hecho de que Irán haya establecido una postura de disuasión creíble sin perturbar las principales metas y objetivos políticos es la definición misma de victoria.
*Scott Ritter, antiguo oficial de inteligencia del Cuerpo de Marines de EEUU, sirvió en la extinta Unión Soviética aplicando tratados de control de armas, en el Golfo Pérsico durante la Operación Tormenta del Desierto y en Irak supervisando el desarme de armas de destrucción masiva. Su libro más reciente es Disarmament in the Time of Perestroika, publicado por Clarity Press.
(1) El término se inspira en los lemmini, pequeños roedores famosos por su vida en colectividad. Un mito persistente asegura que se suicidan en masa, arrojándose al mar como parte de un proceso de autorregulación natural.