Los libros son conocimiento y el conocimiento es poder. Es por ello que para algunas autoridades y gobiernos de distinto cuño, que todavía en el siglo XXI pretenden tener un monopolio sobre el conocimiento y controlar el pensamiento de sus ciudadanos, algunos libros pueden parecer peligrosos por el conocimiento que contienen, lo que los convierte en una amenaza para esas autoridades y gobiernos que entonces los prohíben.
La prohibición de libros tiene una larga e innoble historia. La Iglesia Católica durante mucho tiempo disuadió al pueblo de poseer su propia copia de la Biblia, y aprobó únicamente su traducción al latín para que muy poca gente del común la pudiera leer. Aparentemente eso fue para evitar que los laicos malinterpretaran la palabra de Dios, pero la verdadera razón fue garantizar que no se cuestionara la autoridad de los líderes eclesiásticos.
En la Alemania del Tercer Reich la prohibición de libros llego a su paroxismo en 1933, cuando la Oficina Principal de Prensa y Propaganda de la Asociación de Estudiantes Alemanes Nazis anunció públicamente una “acción contra el espíritu no alemán” en todo el país, que tendría como punto culminante una purga literaria o la “limpieza” (Säuberung) mediante el fuego. El 10 de mayo de ese año, en un acto simbólico de ominosa trascendencia, los estudiantes universitarios quemaron más de 25.000 volúmenes de libros “no alemanes”, presagiando un período de censura estatal y control de la cultura. Entre los autores cuyos libros los líderes estudiantiles quemaron esa noche se contaban socialistas famosos como Bertolt Brecht y August Bebel; Karl Marx; escritores críticos “burgueses” como el dramaturgo austriaco Arthur Schnitzler, así como “influencias extranjeras corruptoras”, entre ellas el autor americano Ernest Hemingway. Los fuegos consumieron también varios escritos del autor alemán Thomas Mann, que ganó el premio Nobel en 1929 y cuyo apoyo de la República de Weimar y critica del fascismo provocó la ira de los nazis, y los trabajos del autor de éxito internacional Erich Maria Remarque, cuya descripción impávida de la guerra, Sin novedad en el frente, los ideólogos nazis vilipendiaron como “una traición literaria a los soldados de la Guerra Mundial”.
Durante la era soviética, el gobierno intentó ejercer el máximo control sobre los hábitos de lectura de sus ciudadanos, como sobre el resto de sus vidas. En 1958, Boris Pasternak recibió el Premio Nobel de Literatura por su novela «El doctor Zhivago», que había sido publicada en Italia el año anterior, pero no en la URSS donde estaba prohibida. El galardón enfureció tanto a las autoridades soviéticas (los medios oficiales catalogaron la obra de «artísticamente escuálida y maliciosa») que Pasternak fue forzado a rechazar el premio. La prohibición de libros en la Unión Soviética llevó al desarrollo de la escritura samizdat -o de publicación propia- a la cual le debemos la continua existencia de, por ejemplo, la poesía de Osip Mandelstam. El escritor disiente Vladimir Bukovsky resumió samizdat de esta manera: «Lo escribo yo, lo edito yo, lo censuro yo, lo publico yo, lo distribuyo yo, y por eso pago condena de cárcel yo».
En Reino Unido, la prohibición de libros muchas veces ha sido una herramienta contra lo que se percibe como obscenidad sexual. Típicamente, es un intento de usar la fuerza bruta de la ley para detener el cambio social: una táctica que siempre fracasa, pero que, sin embargo, es irresistible para las autoridades cortoplacistas.
Las reputaciones de muchos autores han sufrido por los roces con las leyes de obscenidad británicas. James Joyce fue perceptivo cuando dijo, mientras escribía «Ulises», que «a pesar de la policía, me gustaría poner todo en mi novela» -su obra fue prohibida en Reino Unido desde 1922 hasta 1936, aunque el funcionario legal responsable del veto solo había leído 42 de las 732 páginas del libro. El «todo» que Joyce puso en «Ulises» incluía masturbación, maldición, sexo y visitas al retrete.
Otro notable escritor, DH Lawrence fue un caso especial: su obra, que frecuentemente contiene actos sexuales que Lawrence estimaba con reverencia espiritual, había sido objeto de una campaña de la Fiscalía británica durante años: quemaron su libro «El arcoíris», interceptaron su correo para incautar sus poemas «Pensamientos», y allanaron una exposición de su arte. La vendetta contra Lawrence continuó más allá de la tumba, cuando Penguin publicó «El amante de Lady Chatterley» en 1960 algo que dio lugar a un proceso legal contra la empresa editora.
Estos ejemplos parecieran cosas del pasado pero resulta que en la actualidad las prohibiciones de libros están creciendo a niveles preocupantes, sobre todo en Estados Unidos donde más de 10.000 libros han sido prohibidos en bibliotecas públicas y académicas de ese país.
La cifra de títulos censurados se triplicó en tan solo un año según una investigación de la organización PEN América. En el curso escolar 2023-2024, los casos pasaron de 3.362 a más de 10.000, según el reporte de PEN, una organización que defiende los derechos humanos y la libertad de expresión con foco en el acceso a la literatura. A la cabeza de las restricciones se encuentran los estados de Florida y Iowa, con alrededor de 8.000 prohibiciones derivadas de leyes estatales. Distritos escolares de otros Estados también limitaron un mayor número de libros este año, como Elkhorn en Wisconsin, con un veto de 300 títulos en solo unos meses.
Las cifras presentadas en el estudio podrían ser inferiores a las reales porque prohibiciones de este tipo no suelen ser denunciadas. Tampoco se incluyen las numerosas denuncias de censura blanda, como las restricciones por motivos ideológicos en la compra de libros por parte de los centros escolares, la retirada de colecciones de las aulas y la cancelación de visitas de ciertos autores y otras actividades vinculadas con la promoción de la lectura.
“Siguiendo las tendencias de años anteriores, las prohibiciones de este último año incluyen de forma abrumadora historias con personas o personajes de color y personas LGBTQ+. También observamos cómo los casos de prohibición de libros se dirigen cada vez más a historias sobre mujeres y niñas que incluyen representaciones de violaciones o abusos sexuales”, se puede leer en el informe de PEN America.
Como en los últimos años, hay dos factores claves detrás de este movimiento: la legislación estatal y la influencia de grupos conservadores. “Las campañas coordinadas de una minoría de grupos y actores individuales ejercen una presión indebida sobre los consejos escolares y los distritos, lo que se traduce en la toma de decisiones excesivamente cautelosas con respecto a la accesibilidad de los libros en las bibliotecas de las escuelas públicas. Los ataques a la literatura en las escuelas persisten a pesar de la impopularidad de estos grupos que defienden los derechos de los padres y de las encuestas que muestran una amplia oposición a la prohibición de libros”, sostiene la investigación.
Autores actualmente en la lista negra
Los esfuerzos por suprimir el derecho a la lectura sigue afectando a un amplio rango de libros y autores. Desde novelas clásicas hasta historias para jóvenes, el Índice de Prohibiciones de Libros Escolares de PEN América incluye este año a libros como Raíces: La saga de una familia americana, de Alex Haley; Un árbol crece en Brooklyn, de Betty Smith; Reconstrucción negra en América, 1860-1880 de W.E.B. DuBois; Muerte en el Nilo, de Agatha Christie; La mujer del dios de la cocina, de Amy Tan; Cómo las chicas García perdieron su acento, de Julia Álvarez; Buscando a Junie Kim de Ellen Oh; Cuéntalo en la montaña, de James Baldwin; El verano pródigo, de Barbara Kingsolver; Puddin, de Julie Murphy; Lolita, de Vladimir Nabokov; Blade Runner (Sueñan los androides con ovejas eléctricas), de Philip K. Dick; ,Matar a un Ruiseñor, de Harper Lee; y Cold Sassy Tree de Olive Ann Burns.
Los escritores iberoamericanos tampoco se salvan. La casa de los espíritus y Más allá del invierno de Isabel Allende; Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera y Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez; La maravillosa vida breve de Óscar Wao de Junot Díaz; La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca, y Tinísima de Elena Poniatowska, están vetados en condados de Florida como Orange y Escambia.
Muchos de los libros prohibidos durante este año escolar han estado en el punto de mira desde el inicio del movimiento de prohibición de libros en 2021, como El color púrpura, de Alice Walker; Diecinueve minutos, de Jodi Picoult; y El ojo más azul y Beloved, de Toni Morrison. Los catálogos de Sarah J. Maas, Stephen King y Ellen Hopkins siguen bajo el efecto Letra escarlata que se ha extendido por todo Estados Unidos. Ni siquiera Wicked: Memorias de una bruja mala (Wicked: The Life and Times of the Wicked Witch of the West), de Gregory Maguire, el libro que inspiró la exitosa adaptación cinematográfica actualmente en los cines, se salvó. Ha sido prohibido en 32 distritos escolares de todo el país.
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