Alba Ortubia Pérez
El Generacional
Un amor adolescente entre una joven de dieciséis años y un chico de diecisiete. Esa parece la trama al inicio de la última novela de Haruki Murakami, La ciudad y sus muros inciertos. El hilo argumental se desmarca de uno propio del romance cuando el lector descubre a qué urbe hace referencia el título de la publicación. La chica -cuyo nombre jamás es mencionado, al igual que el del protagonista y el de otros tantos personajes- dice pertenecer a una ciudad amurallada. Allí, los relojes carecen de manecillas, pues el tiempo no existe. Solo puede acceder a esta ciudad quién lo desee con todas sus fuerzas, y además, esté dispuesto a pagar un alto precio: desprenderse de su sombra.
Desde las primeras páginas de la obra, Murakami vuelve a plantear al lector un reto común en sus novelas: olvidar las diferencias entre lo real y lo imaginario. “Cual corriente de agua subterránea que fluye por un laberíntico entramado de pasajes, también la realidad se ramifica en incontables caminos que avanzan entre cruzándose, uniéndose y desuniéndose como enredándose”. El autor japonés plantea su propio realismo mágico. No es casualidad que el libro favorito de uno de los personajes sea El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez. Inspirándose en el genio colombiano, Murakami tiñe la cotidianidad de sus historias de un aura fantástica, donde lo sobrenatural es asumido con total normalidad por sus personajes.
La dualidad de la sombra
Por ello, la primera parte cuenta la llegada del protagonista a la realidad paralela de la ciudad amurallada. La causa del hermetismo de la población se desconoce, aunque se menciona de soslayo que podría ser la expansión de una pandemia. Como explica el propio autor en el epílogo, comenzó a escribir el libro durante 2020, el año del coronavirus. Al parecer, el contexto apocalíptico al que se enfrentaba la sociedad inspiró ciertos aspectos de su mundo ficticio.
El protagonista también se enfrenta a un sino fatal: si permanece demasiado tiempo dentro de la ciudad, su sombra morirá, y con ella, una parte de sí mismo. El amor le impide abandonar la ciudad, pues es en el único sitio en el que puede reencontrarse con su amor de la adolescencia, o al menos con su sombra. En la realidad, la joven desapareció sin dejar rastro, pero su enamorado nunca pudo olvidarla.
La sombra representa la dualidad del ser humano: mientras una parte de nosotros lucha por permanecer en la racionalidad, otra pertenece al terreno imaginario. Ambas facciones pueden convivir, incluso obrar separadamante en sus respectivas realidades. Murakami plantea otro dilema interesante: ¿puede ser nuestra propia imaginación la fuente de nuestra opresión en lugar de nuestra vía de escape?
Un colofón frenético
La segunda parte del libro se desarrolla en la realidad ordinaria, lejos de la ciudad amurallada. En esta etapa de la novela, el autor recurre a uno de sus temas predilectos: la biblioteca como salvación. Igual que en Kafka en la orilla, donde el protagonista vive en una biblioteca tras la dura tarea de abandonar el hogar, el protagonista de La ciudad y sus muros inciertos también encuentra un oasis en la casa de los libros. Perdido después de regresar de la urbe irreal, el personaje principal, ya adulto, abandona su trabajo estable en Tokio para convertirse en el director de una biblioteca rural. Ni siquiera en el pueblo de nombre desconocido le abandonan los eventos sobrehumanos. El lector se ve inmerso en una sucesión de misterios por resolver. De esta manera, la novela adquiere otra de las características de la obra del autor kiotense: su capacidad para enganchar a su público. La historia se vuelve adictiva, el lector necesita más.
Y Murakami, tras más de veinte obras y siete décadas de vida, sabe que si el lector pide más, el escritor debe cumplir sus deseos. En ello se afana en la tercera parte de La ciudad y sus muros inciertos. En los capítulos finales de la novela, el escritor aúna ambas realidades. Poco a poco, el lector observa cómo se ata cada cabo de la trama. Sin embargo, algunas incógnitas se resuelven de manera ligeramente arbitraria, y si bien el final podría calificarse de redondo, tras quinientas páginas de construcción de un mundo su desenlace podría parecer precipitado.
Pero Murakami también sabe que, cuando estás en la cima, puedes permitirme ciertas licencias. Tras alzarse el pasado año con el Premio Princesa de Asturias de las Letras, innumerables amantes de literatura han pronosticado con aún más vehemencia la inminente llegada del Nobel al palmarés del escritor asiático. Quizá sea La ciudad y los muros inciertos el toque de gracia que termine de encandilar a la Academia sueca.