Simón García*
El análisis político exige tener los ojos abiertos. Aunque resulte más cómodo, cerrarlos a aquellos hechos que refutan la percepción del analista. La observación parece indicar que están emergiendo nuevas realidades políticas, indicadores tempranos de una época en la cual se abre una transición.
En primer lugar el gobierno levanta una cortina de hierro para continuar en el poder ante las evidencias de una pérdida de su ímpetu inicial por las distancias entre su proyecto y el alto nivel de incumplimientos.
Para seguir dejando de hacer, el continuismo apela a la coacción, a la represión y al intento de crear dudas en el campo de la oposición. Pueden aún adaptarse a los cambios de realidad y dejar de refugiarse en un cerrado fanatismo, que en definición de Voltaire es “el efecto de una conciencia falsa que sujeta …al capricho de las fantasías y al desconcierto de las pasiones”. El vendaje de las razones es una de las características de la política que se basa en imponer una verdad sin debate y sin consenso.
En el caso de una elección de tanta trascendencia como la que va a ocurrir el 28 de julio el fanatismo es la forma que adquiere el autoritarismo, predominantemente en las filas del oficialismo, aunque también en algunos opositores. El fanático desconoce el interés común, de manera que le resulta imposible tener una política de diálogo y acuerdos. Su manera de tratar a otros actores es desde una frontalidad conflictiva.
Pero hay que observar la existencia de un resquebrajamiento del sometimiento en las bases populares del chavismo. Lo reflejan la serie de resultados decrecientes en las últimas cinco elecciones. Lo expresa la actitud más convivencial del chavismo popular y también las encuestas más confiables al día de hoy.
El gran desafío de las cúpulas del gobierno y del PSUV es elegir entre respetar la voluntad del soberano o aumentar su costo de permanencia en el poder, asumiendo una vía que haga incompatible sus visiones sobre la democracia y la justicia social con la vigencia de la Constitución Nacional de 1969.
El segundo cambio de fondo en la situación es que lo fundamental de la acción opositora está pasando de los partidos a los ciudadanos que toman conciencia de su papel individual y social como agentes de cambio. El punto de cohesión no es una ideología sino la aspiración indetenible a cambiar. Y el estandarte de ese cambio es una aspiración común: vivir mejor.
La tercera novedad es la sustitución del voto castigo por el voto esperanza. Su motivación nace de comprender dos cosas: se puede sacar al país del hoyo; para lograrlo todos los venezolanos hacen falta.
La cuarta novedad hay que ponerla en escena estos últimos días de campaña que no son para seguir demostrando fuerza sino para elevar el discurso, las actitudes y las relaciones a demostrar que el triunfo del 28 será de todos, no de una parcialidad.
Y la quinta, en el día difícil y complicado del 28, hay que encontrar amigos, no adversarios. Y después de verificar que los votos reportados corresponden con la voluntad de los electores, disponerse a celebrar en las calles llenas de alegría y con gente que ponga la esperanza por encima de las pasiones negativas.
*Simón García es analista político. Cofundador del MAS.