ANA PARDO DE VERA*
PÚBLICO ES
La cumbre fascista celebrada en Madrid de la mano de Vox y la batuta de Javier Milei, el presidente argentino que es de ultraderecha y, al mismo tiempo, un caricato de la ídem, ha acabado como se preveía: con una llamada a consultas de la embajadora española en Argentina por parte del Gobierno y una exigencia de «disculpas» a Milei por haber insultado al presidente Pedro Sánchez durante la celebración del encuentro llamado Europa Viva 24, donde el argentino se despachó a gusto contra los socialistas, los impuestos, el jefe del Ejecutivo, su pareja, la justicia social o la izquierda de los «zurdos». Fue tal el despropósito de discurso el de Milei -superando, incluso, la presentación de su libro que hizo el viernes en la sede de La Razón- que dejó diminuto el desafortunado apunte sobre su consumo de «sustancias» que sugirió el ministro de Transportes, Óscar Puente.
Cuando algunas decimos que la ultraderecha ha utilizado toda la vida las herramientas que le da la democracia para entrar en ella y dinamitarla desde dentro nos referimos exactamente a comportamientos como el de Milei; pero no hace falta irse tan lejos: basta con observar la censura y el recorte de derechos humanos, sean de memoria histórica o de las mujeres, que están ejecutando los gobernantes de Vox con la aquiesciencia del PP, la coartada más peligrosa de este asunto para que la antidemocracia avance y triunfe. Como toda la vida. No es casualidad que ante los insultos del presidente argentino a Sánchez en la cumbre fascista de Madrid, la primera respuesta del Partido Popular haya sido el silencio y la segunda, la indiferencia. Con las palabras de Puente sobre Milei y las «sustancias» consumidas o no, en cambio, al PP faltó tiempo para pedir en tromba la dimisión del ministro, cosa que no hicieron -y aplaudieron- cuando Isabel Díaz Ayuso llamó «hijo de puta» a Sánchez y ahora todos emplean el cutre-sucedáneo «Me gusta la fruta» para seguir insultándolo. Ya saben: manda quien manda.
Y porque manda quien manda, y aunque supongo que no sería porque Javier Milei -con o sin «sustancias»- pasaba un fin de semana privado en Madrid a expensas de los impuestos que quiere liquidar, Ayuso ha elegido estos días para emprender una campaña contra el cannabis mientras nos invita a beber cerveza como si no hubiera un mañana porque «Viva la libertad, carajo». La presidenta de la Comunidad de Madrid tenía que evitar que esta semana todo el protagonismo lo tuviera Vox -con el que comparte público electoral- y ha emprendido una batalla -dice- contra la drogadicción, en la que se ha atrevido incluso a cuestionar a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y sus conclusiones sobre el cannabidiol (CBD), la «sustancia química que se encuentra en la marihuana y que se caracteriza porque cuenta con una dosis muy baja de tetrahidrocannabinol (THC), el ingrediente psicoactivo propio de esta planta y que es el encargado de provocar el colocón».
Desconocemos cuántos estudios ha hecho el Gobierno madrileño sobre el consumo de marihuana o los efectos del cannabidiol, que no es lo mismo, pero su presidenta ha decidido emprender una guerra que, en el contexto libertario de sus cañas a gogó, la cultura de los atascos de Madrid o sus terrazas con humo, no tiene sentido alguno y solo lo encuentra en las ganas de montar ruido en la misma semana en que Vox la lía en Madrid con Milei y su pareja pasa por los juzgados por delito fiscal confeso. Lo cierto es que, escuchándola y leyéndola, se deduce fácilmente que la jefa del Ejecutivo madrileño no aguantaría ni dos preguntas en una entrevista sobre el consumo de drogas y el crimen organizado que genera el mercado negro. Es cierto que Ayuso no es la única, porque la hipocresía y/o la falta de información de esta sociedad y sus gobernantes al respecto merece un punto y aparte.
Lo de la líder del PP de Madrid, no obstante, es otra cosa y sorprende la facilidad con la que argumentos como los suyos, expuestos en una tribuna El Mundo este mismo fin de semana, coinciden en sentido opuesto con los de un Milei de vocabulario y razonamientos pueriles, con intención o no, porque lo de atrapar a las masas con soluciones fáciles a problemas muy complejos es más viejo que el andar. Mientras Ayuso aboga ahora por no legalizar la marihuana, sin diferenciar entre cannabidiol y tetrahidrocannabinol, el presidente de Argentina se mostraba a favor hace unos años -desconocemos si seguirá pensando lo mismo- de legalizarlo todo sin control: a él le da igual que te mates, porque su ideario «libertario sin restricciones» incluye que no haya Sanidad pública ni impuestos ni Estado de bienestar ni nada; que cada uno se apañe con su dinero («Si no hay estado de bienestar que se dedique a la salud, hacé lo que quieras, si querés, matate»), lo cual es, en definitiva, lo que está pasando en Madrid con la privatización de este servicio público. En la misma entrevista, por cierto, Javier Milei dijo que solo se había fumado un porro en su vida 25 años atrás y «me la pasé riendo», contó sin saberlo Óscar Puente, supongo. A Ayuso aún no le han preguntado.
* Filóloga y periodista española.