Hugo Alconada Mon*
Cuando todavía se contaban votos en varios puntos de Estados Unidos, ya se avizoraba un Donald Trump arrollador en el horizonte. Su victoria ya se ha oficializado, pero incluso antes algo resultaba ya evidente: esta elección marca un punto de inflexión para la democracia en Estados Unidos… Y en el mundo.
Algo huele mal en Gringolandia. Y no hay duda de ello. Porque te puede gustar Trump, y hasta ser fanático de él. Pero resulta inquietante que un presidente en ejercicio de la superpotencia que se preciaba de ser el “faro del mundo” haya promovido desconocer los resultados electorales de 2020, que haya alentado la toma del Capitolio en 2021, y que, después, haya sido condenado por una treintena de cargos criminales y mucho más. Y aún así está a centímetros de retornar Salón Oval y acceder a la botonera nuclear.
Algo huele mal en Gringolandia. Prueba de ello es también que la mejor opción que los demócratas lograron ofrecer para competir con Trump es Harris. La ungieron como candidata sin que hubiera competido en las primarias. Deberán los demócratas replantearse cómo llegaron a semejante punto, de la mano de un Joe Biden que resultó patético en su incapacidad para competir por su reelección. Una incapacidad tan evidente como lo fue también el último editorial de The New York Times previo a las urnas, en su llamado a votar en contra de Trump y no a favor de Harris, de la que no tuvo mucho para celebrar.
Algo huele mal en Gringolandia, pero no sólo en el land of the free. Porque la polarización crece cada día en muchas naciones, en una dinámica de fuerzas centrífugas que amenaza con desestabilizar demasiadas comunidades. Estados Unidos es un ejemplo elocuente, por supuesto, y allí no son pocos los que flirtean con la posibilidad de una “guerra civil” con una ligereza pasmosa. Pero también podemos mirar a las comunidades en que vivimos y preguntarnos si vivimos más unidos o distanciados que hace unos años. Lo ocurrido en el Planalto de Brasil es apenas un ejemplo inquietante, entre muchos.
Algo huele mal en Gringolandia por la radicalización de segmentos de su población. El Tea Party fue un atisbo de lo que Trump encarnó luego, más y mejor, durante la última década. Y si las urnas terminan de consagrarlo ganador, nadie podrá alegar ignorancia sobre lo que hará. ¡Si él lo anticipó en diciembre de 2023, durante una entrevista que concedió a Fox News! Le preguntaron si abusaría de su poder o impulsaría represalias si retorna a la Casa Blanca y su respuesta fue elocuente: “No, salvo durante el primer día”. Dejó claro que irá por los jueces, fiscales y funcionarios del Departamento de Justicia y otras instituciones que le impusieron los límites previstos en la Constitución y las leyes vigentes. Nada más, nada menos.
Quizá sea buen momento para leer –o releer- un par de libros sintomáticos de la época que vivimos. Porque en tiempos de videos de 30 segundos en Tik Tok, bien vendría husmear en Cómo mueren las democracias, el ensayo de Steven Levitksy y Daniel Ziblatt, los cuatro indicadores que permiten detectar si un líder incurre en comportamientos autoritarios. El primero, el rechazo (o débil aceptación) de las reglas democráticas del juego. El segundo, la negación de la legitimidad de los adversarios políticos. El tercero, tolerancia o fomento de la violencia (física, pero también verbal). Y el cuarto, predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, incluidos los medios de comunicación.
¿Sólo Trump queda sumido dentro de estos parámetros incómodos? ¿Y Viktor Orban? ¿Y Vladimir Putin? ¿Y Nicolás Maduro? ¿Acaso Javier Milei puede sumarse al listado? ¿Y Nayib Bukele? Y podemos seguir. Pero lo inquietante es que sean tantos los nombres tentativos. ¿Qué nos dice eso sobre los tiempos que vivimos? ¿Qué nos dice sobre nuestro porvenir? “Los cambios cruciales ocurren durante las coyunturas críticas”, nos recuerdan Daron Acemoglu y James Robinson, dos de los tres ganadores del Nobel de Economía de este año, en el bestseller Por qué fracasan los países. Crucemos los dedos.
Cuando todavía cuentan votos en varios puntos de Estados Unidos, tengamos claro que afrontamos un futuro inquietante. Bien lo saben en Moscú, Teherán, Caracas, Jerusalén, Budapest, La Habana, Pionyang o Pekín. Muchas decisiones en esas capitales se tomarán –o evitarán- si Trump accede, otra vez, al ala oeste de la Casa Blanca.
*Escritor y periodista argentino