David Torres*
Público es
Abascal tiene una foto con Trump en la que están los dos sonriendo con el pulgar levantado, perdonando vidas en el Coliseo y haciendo dedo para que el siglo XXI los lleve otra vez a 1933. La foto es vieja, de febrero del año pasado, pero el lunes, durante la toma de posesión, Abascal no pudo acercarse a menos de medio kilómetro de su ídolo para reiterarle una vez más su devoción y su obediencia falderas. Quizá los encargados de la seguridad presidencial pensaron que con esa pinta de moro que se gasta mejor dejarlo fuera. Demasiada suerte tuvo de que le permitieran quedarse y no lo enviaran de vuelta a Sanchilandia en el primer vuelo disponible.
Al menos Abascal juega limpio y no ha tirado de Photoshop ni de sacarse a un selfie con un Trump de imitación o con una figura del museo de cera. Publicó la foto de los pulgares erectos rindiendo pleitesía al nuevo emperador en sincronía con el momento en el que Trump confundía a España con un país de los Brics, aliado de China y Rusia, y prometía jugosos aranceles para los productos hispanos. Los agricultores, ganaderos y productores vinícolas admiradores de Vox estarán encantados si en breve tienen que comerse sus exportaciones a los Estados Unidos en nombre de la libertad de mercado. Es lo que pasa con la libertad, que la de los ricos le sale muy cara a los pobres. A los idiotas ni te cuento.
El caso es que, al descubrir que se trataba de un invitado de segunda y que no podía renovar su pasaporte de cheerleader pese a haber cruzado el charco, Abascal tuvo que conformarse con posar al lado de Conor McGregor, antiguo campeón de artes marciales mixtas que ahora aspira a la presidencia de Irlanda, y de Hermann Tertsch, su mayordomo particular. Iban ambos, McGregor y Abascal, con los pantalones tan prietos que bien podían haberse puesto a bailar en el escenario con los Village People, pero les pillaba demasiado lejos. Antes o después, el líder de Vox dio en la calle un recital sin subtítulos a micrófono solo en la que sólo le faltaba la boina para clavar a Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí.
Menos mal que Milei andaba también en la Hispanic Gala -una especie de recepción para pobres previa a la investidura de Trump- y le pegó un cariñoso abrazo a su homólogo español. Milei, tan efusivo como siempre, llevaba un maquillaje de rostro pálido como para protagonizar otra versión de It, de Stephen King, si no fuese por la película de terror que ya lleva tiempo rodando en Argentina. Para hacerse una idea del respeto que los cocineros locales guardan a la gastronomía española, baste señalar que la paella ofrecida durante la gala proponía una suculenta mezcla de gambas con chorizo en homenaje a la coalición entre Vox y PP.
También hubo un toque hispánico en el sombrero cordobés que lucía Melania Trump, un sombrero que le sirve prácticamente de cinturón de castidad y cuya circunferencia obligó a su marido a besarla casi desde otra habitación. Sin embargo, lo más llamativo de la ceremonia fue el saludo nazi de Elon Musk al final de su intervención, un golpe de pecho y un brazo extendido en el que sus acólitos han querido ver un recuerdo del saludo romano, más o menos al estilo de Mussolini, que fue precisamente quien lo copió. Entre la cantidad de neonazis y fascistas disfrazados de romanos que proliferan hoy día por ahí, no sólo en la Casa Blanca, el mundo empieza a parecerse a un tebeo de Astérix sólo que sin Astérix, sin Obélix, sin poción mágica y sin más rastro de la aldea gala que un bardo amordazado y atado a la rama de un árbol. Pero no los llamen nazis, que se enfadan y además te recuerdan que Hitler, en realidad, era un comunista despistado. Vox, por cierto, era cómo se titulaba una revista satírica de la Alemania nazi, aunque no tiene nada que ver con el partido, que sacó su nombre de un diccionario de latín. Todo muy clásico, muy imperial y muy romano, como el peinado de Trump.
*Escritor español
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