Alfredo Asensi
El Español
La tonalidad de su vida fue más bien funcionarial, con pocos amigos y amores, sin viajes llamativos, un paisaje de grisuras familiares, novia de ida y vuelta, informes de seguros y tuberculosis. No llegó a los 41 años. Pero creó a Gregor Samsa, un hombre que se convierte en insecto, y a Josef K., que desconoce el motivo por el que es arrestado: dos personajes que definen la categoría de lo kafkiano, que ha recorrido la última centuria como un vector semántico asociado a pesadillas y burocracias, angustias y confusiones, extrañamientos y absurdos.
El pasado 3 de junio se cumplieron 100 años de la muerte de Franz Kafka (1883-1924), uno de los escritores más decisivos del siglo XX, que, como observó Hannah Arendt, fue al mismo tiempo “moderno” y “extraño entre sus contemporáneos”. Un ciudadano de Praga, licenciado en Derecho, empleado de la Compañía de Seguros de Accidentes de Trabajo del Reino de Bohemia, que “no quería ser un genio ni la encarnación de ninguna grandeza objetiva, y, por otro lado, se negaba férreamente a someterse a destino alguno”.
Pero el destino le reservaba más de una paradoja. Kafka es hoy lo que es gracias a la traición de su mejor amigo, Max Brod, que famosamente incumplió sus disposiciones testamentarias. Kafka, que lleva enfermo desde 1917 y ve próximo su fin, le escribe dos cartas en las que se refiere a su legado, la primera a finales de 1921 y la segunda un año después. Brod las encuentra entre sus papeles después de su muerte.
Quemarlo todo
En la primera leemos: “Mi último ruego: quema sin leerlos absolutamente todos los manuscritos, cartas propias y ajenas, dibujos, etcétera, que se encuentren en mi legado (…), así como todos los escritos o dibujos que tú u otros, a los que debes pedírselo en mi nombre, tengáis en vuestro poder”.
En la segunda afirma que, de todo lo que ha escrito, “son válidos únicamente los libros La condena, El fogonero, La transformación [o La metamorfosis], En la colonia penitenciaria y Un médico rural y el relato Un artista del hambre”. No obstante, estas obras “deberían perderse completamente”, si bien, “ya que existen”, no pretende impedir a los poseedores que las conserven “si ese es su deseo”. No desea reimpresiones ni pasar “a la posteridad”. De su producción literaria, “todo lo demás (…), sin excepción y de preferencia sin ser leído (…), ha de ser quemado”.
Ese “todo lo demás” incluye el grueso de sus diarios, su correspondencia, los borradores inacabados de sus tres novelas largas (El desaparecido [o América], El proceso y El castillo) y otros escritos varios. Un material que empezó a ser publicado gracias a la feliz desobediencia de Brod, que, consciente de su calidad, se implica (contra el parecer de otras personas cercanas al autor) en un proceso de recopilación, revisión de textos y peregrinaje editorial no exento de conflictos.
En vida fue poco leído, pidió que la Historia le olvidara y hoy su fama es mundial. Brod se llevó en la maleta los manuscritos de Kafka cuando en marzo de 1939, un día antes de la entrada de los alemanes en Praga, partió hacia Palestina. A su muerte, en 1968 en Tel Aviv, este material pasó a manos de su secretaria, Esther Hoffe, que a su vez lo deja en herencia a su hija Eva.
La propiedad del legado
Se inicia entonces un proceso largo y polémico sobre la propiedad del legado de Kafka, reivindicado por Israel para su Biblioteca Nacional (en cumplimiento de la voluntad de Brod, que deseaba como destino un archivo público) y ambicionado también por Alemania frente a la resistencia a deshacerse de él de la familia Hoffe (que llegó a subastar manuscritos, entre ellos el de El proceso, hoy en el Archivo de Literatura Alemana de Marbach). El litigio concluyó en 2016, cuando el Tribunal Supremo dio la razón al Estado israelí.
Por supuesto, hay diversos Kafkas en Kafka. O al menos hay un Kafka más rico, plural y sorprendente en registros de lo que promueve el cliché instalado en la imaginación popular.
Reiner Stach, que dedicó más de una década a la escritura de su biografía, revela a un Kafka que hace trampa en el examen final de bachillerato, aficionado al dibujo y las historias de indios, gimnasta metódico, cervecero, visitante moderado de burdeles, escéptico respecto a los médicos, la medicina tradicional y las vacunas, poeta puntual, enemigo de los ratones.
Un hombre honesto, ingenioso, discreto, sensible a las desgracias ajenas (más que a las propias) y que incluso gasta una broma de vez en cuando. Imitó la firma de Thomas Mann, montó en tiovivo, lloró poco, inspiró versos a Else Bergmann y rencores a Ernst Weiss.
Son muchos los escritores, pensadores y críticos (además de cineastas como Orson Welles o Aleksei Balabanov, que adaptaron El proceso y El castillo) que se han interesado por el checo, por sus misterios, sus rutinas, sus claroscuros, sus motivaciones.
Entre ellos, Pietro Citati, que dibuja un Kafka que “creía ser y era contradictorio y retorcido”, que llegaba tarde a las citas pero puntual a la oficina y parecía rodeado permanentemente por una “mampara de cristal”. Aun así, “delante de él, la vida cambiaba: todo parecía nuevo”.
No soportaba los ruidos ni el desorden y estaba “lleno de dudas respecto a la realidad” y dotado de singulares capacidades imaginativas. Se sentía oprimido por la estrechez de su mundo e invocaba una cualidad de desdoblamiento que le permitía “tomar distancia de su propio yo”. Un hombre que vivía “en la penumbra y en la elusión” y llevaba dentro de sí un extranjero.
Para Citati, Kafka es, como Kierkegaard (también Borges delató este vínculo), “un soldado en las desoladas fronteras del espíritu”. Su voz intuye, anticipa o sintetiza algunas de las más letales disonancias del siglo XX.
De familia judía, nacido en 1883, era el mayor de seis hermanos y se llamaba Franz en homenaje al emperador Francisco José. Se comprometió dos veces con Felice Bauer pero no llegó a conocer el matrimonio. En su vida, como observa Klaus Wagenbach, “se echan de menos los constantes cambios que caracterizan las biografías de tantos otros escritores del siglo XX”.
Fue un niño inseguro, tuvo una relación complicada con su padre (a quien dedicó una memorable carta) y en su adolescencia se inclinó al socialismo. Le interesaba la filosofía pero estudió Derecho por imposición paterna. En la compañía de seguros se encargó de la gestión jurídica de las indemnizaciones por accidente y la propaganda en favor de la prevención.
El trasvase de rasgos entre sus informes laborales y su escritura literaria (en la que Hannah Arendt detecta una suerte de “perfección sin estilo”) es evidente. 1912 se revela como el año decisivo en la activación de su conciencia de escritor. Se libró del servicio militar por sus problemas de salud.
En el final de su vida conoce a Dora Diamant, vive un tiempo en Berlín, ingresa en sanatorios. Wagenbach repara en el “riguroso fanatismo por la verdad” del escritor, que el 2 de agosto de 1914 concreta en su diario: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, clase de natación”.
Protagonista del año editorial
Kafka va a estar muy presente en las librerías en 2024. Galaxia Gutenberg, que acometió en 1999 bajo la dirección de Jordi Llovet la publicación de sus Obras completas, anuncia para mayo el segundo tomo de sus Cartas, que abarca el periodo 1914-1920. El primero (1900-1914) vio la luz en 2018 con traducción del alemán de Adan Kovacsics. Quedará como conclusión de este proyecto, que arrancó con los volúmenes dedicados a las novelas, diarios y narraciones cortas, la tercera entrega de la correspondencia (1921-1924).
El mismo sello lanzará en febrero la novela de Monika Zgustova Soy Milena de Praga, sobre la figura de Milena Jesenska, que además de amiga de Kafka (destinataria de numerosas cartas entre 1920 y 1922) fue madre, periodista, traductora, escritora, miembro de la élite intelectual que se reunía en los cafés de Viena e integrante de la Resistencia cuando las tropas nazis invadieron su país. La autora ha recurrido a los escritos, artículos y cartas de Milena que se han conservado para reconstruir su vida.
Acantilado también se suma a la conmemoración con Tú eres la tarea, una obra que recoge los aforismos e ideas que el escritor elaboró en más de 100 hojas de papel numeradas durante una estancia de ocho meses en el pueblo bohemio de Zürau, y que se cuentan entre sus textos más oraculares y fascinantes.
En ellos, Kafka se ocupa de cuestiones filosóficas clásicas (la relación entre la verdad y la mentira, el bien y el mal, el mundo espiritual y el mundo sensual…), pero las aborda sirviéndose de poderosas imágenes. Con edición, comentarios y epílogo de Reiner Stach y traducción de Luis Fernando Moreno Claros.
Páginas de Espuma apuesta por una edición (“imprescindible”, según la editorial, y realizada con la “complicidad” de la biblioteca israelí que conserva el legado kafkiano) de sus Cuentos completos con traducción de Alberto Gordo y prólogo de Andrés Neuman. Lanzamiento: 3 de abril.
Por su parte, Nórdica arrancará el año con el relato Un artista del hambre, traducido por Isabel Hernández e ilustrado por Federico Delicado. Y Alianza, con sendos estuches de dos volúmenes (18 de enero), dedicados a sus novelas (en la traducción de Miguel Sáenz) y los relatos y aforismos (Carmen Gauger y Adan Kovaksics), además de una selección de sus narraciones cortas (Relatos cronológicos) ilustrada en clave simbólica por El Rubencio (25 de enero).
Un amplio catálogo
Mientras llegan estas novedades, el lector en español cuenta con numerosas puertas de acceso a los textos del praguense y el conocimiento de su vida, su influencia y su dimensión literaria y cultural. Además de sus Obras completas y sus Dibujos, Galaxia Gutenberg ha publicado los ensayos Sobre Kafka de Elias Canetti y Cuando Einstein encontró a Kafka de Diego Moldes y una versión de La transformación con acuarelas de Miquel Barceló.
La colección Letras Universales de Cátedra registra en su catálogo ediciones de La transformación y otros relatos, El proceso, El castillo y El desaparecido (América). En Alianza encontramos La metamorfosis, El proceso, El castillo, El desaparecido, Carta al padre y otros escritos, La condena, La muralla china, Cartas a Milena y Cuadernos en octavo. En Anagrama, Padres e hijos y Bestiario, además de Franz Kafka (Una vida de escritor) de Joachim Unseld.
En Acantilado han visto la luz, junto a algunas de sus narraciones, la monumental biografía en tres tomos (Los primeros años, Los años de las decisiones y Los años del conocimiento) de Reiner Stach (autor también de la recopilación de hallazgos y anécdotas ¿Este es Kafka?), además de Cuando Kafka vino hacia mí…, volumen al cuidado de Hans-Gerd Koch que recopila testimonios de amigos, parientes, compañeros de clase, vecinos y conocidos del autor, y el penetrante Kafka de Pietro Citati.
Kafka no pasa de moda. El aficionado a sus “mitos sombríos” e “instituciones atroces” (Borges, en Otras inquisiciones) dispone de muchas fuentes para su satisfacción. Austral ofrece La metamorfosis y otros relatos de animales y Cuentos de Franz Kafka; Akal, Carta al padre, La metamorfosis, El proceso, La condena y otros relatos, Informe para una academia y otros escritos y El proceso ilustrado por Fernando Falcone.
También ilustrados, Astiberri publicó La metamorfosis y otros cuentos de Franz Kafka con ilustración de Paco Roca; La Cúpula, la novela gráfica Kafka de Robert Crumb; Libros del Zorro Rojo, Franz Kafka. El hombre que trascendió su tiempo de Radek Malý y Renáta Fučíková y Dibujos recuperados.
Siruela editó Kafka y la muñeca viajera de Jordi Sierra i Fabra (para niños a partir de ocho años); Ariel, El último proceso de Kafka de Benjamin Balin (sobre el polémico devenir de su legado); Nórdica, entre otras referencias, La metamorfosis, El fogonero y El proceso ilustrados respectivamente por Antonio Santos (que también ilustra Kafka con sombrero de Jesús Marchamalo), Max y Bengt Fosshag y El otro proceso. Las cartas de Kafka a Felice de Elias Canetti.
Su Obra completa está disponible en Debolsillo en edición limitada en estuche.