Santiago Alba Rico*
Público es
Hace unos días, el arabista Ignacio Álvarez Ossorio sintetizaba los objetivos del ilegal ataque de Israel contra Irán: abortar las negociaciones entre Washington y Teherán; arrastrar a EEUU a una guerra regional; impedir la congelación del Acuerdo de Asociación por parte de la UE; descabezar el liderazgo militar iraní y promover un cambio de régimen; desviar la atención del genocidio en Gaza y acelerar la limpieza étnica de Palestina y la anexión de Cisjordania. En pocos días, Israel ha alcanzado buena parte de estos objetivos, dañando aún más la estabilidad de un mundo que se deshace poco a poco en harapos.
Los dos primeros objetivos se cumplieron la madrugada del pasado domingo, cuando EEUU bombardeó las tres instalaciones nucleares fundamentales de Irán, demostrando así quién es, sin discusión, la primera potencia mundial: Israel. Con apenas diez millones de habitantes y en la posición número 29 del ranking económico mundial, el Estado sionista, en efecto, es capaz de bombardear cinco países al mismo tiempo, violar reiteradamente todas las resoluciones de la ONU, perpetrar un genocidio y acumular en secreto, sin inspecciones ni rendición de cuentas, 90 ojivas nucleares, reservadas para la llamada opción Sansón —a la que solo se recurriría en caso de amenaza existencial, según apuntó Shimon Peres en el año 2009, pero que el exministro israelí Amichai Eliyahu propuso en 2023 utilizar contra Hamas en Gaza—. Todo esto puede hacerlo sin la menor oposición ni condena. Aún más: la única explicación de que Trump renuncie a sus promesas electorales, interrumpa sus conversaciones con Irán y sume al plan israelí 125 aviones, 75 proyectiles y 14 bombas de 13.000 kilos para destruir de un golpe las instalaciones sobre las que se estaba negociando, la única explicación —digo— es que Israel ejerce en realidad el papel de primera potencia mundial y EEUU es solo su sicario armado.
El tercer objetivo de Israel, inseparable de esta demostración de impunidad imperial, ha tenido como centro Europa. Ya hemos visto, en efecto, la timidez del informe de la UE, que se limita a señalar «indicios» de violación de los DDHH por parte de Israel (¡indicios!) y que, pese a la exigencia del Gobierno español, no se va a traducir en ninguna medida concreta. Son las ventajas de cometer dos crímenes en lugar de uno: el segundo no solo hace olvidar el primero (pensemos, en efecto, en la repentina oscuridad de Gaza) sino que hace bueno al agresor. En castellano, dos negaciones no equivalen a una afirmación; en geopolítica moral sí: si violas dos veces el derecho internacional, te conviertes, como dice el representante israelí en la ONU, Danny Danon, en «defensor del mundo libre». Pocas cosas me han parecido más descorazonadoras estos días que las reacciones de los dirigentes de la UE al criminal y peligrosísimo ataque de Israel sobre Irán. Von der Leyen ha dado por buena la acción: «Irán nunca debe tener la bomba atómica». El comunicado del G7, firmado por la UE, ha reconocido «el derecho a la defensa de Israel» y ha hablado de Irán, el país agredido, como de «la mayor fuente de inestabilidad y terrorismo en el mundo». ¿Y qué decir del alemán Merz, que ha dado las gracias a Netanyahu «por hacernos el trabajo sucio»? Israel, violando la ley y poniendo en riesgo la paz mundial, ha revelado una vez más las miserias y divisiones de la UE y ha entregado Europa atada de pies y manos a Trump, cuyo desprecio no deja de aumentar. La amenaza rusa es pequeña por comparación: la primera y segunda potencias mundiales, es decir, Israel y EEUU, están minando los ya débiles pilares de Europa, incapaz de construir su propia «autonomía estratégica», ni en el ámbito militar (como demuestran las presiones de gasto militar de Trump) ni en el geoestratégico, donde sería imperativo que afirmase su diferencia política respecto de los amantes de los hechos consumados y la fuerza militar. ¿Por qué deberíamos querer defender a una UE que se suma a la nueva «retraducción imperial» como agente periférico, hipócrita, pusilánime y menor de un orden presidido y legitimado por la violencia?
Confieso que siento una ira casi animal cuando Netanyahu y Trump, tras otro ejercicio de matonería al margen del derecho internacional, me interpelan como parte del «mundo libre». No formamos parte del mismo mundo. En el mío el «derecho a la defensa» pertenece al agredido y no al agresor y excluye, desde luego, el bombardeo de niños y la hambruna inducida de la población civil; en el mío la «libertad» no es la de los ganaderos que contratan a Liberty Valance para impedir a tiros que los ciudadanos ejerzan sus derechos mas básicos. Eso que llaman Netanyahu y Trump «derecho a la defensa» es el derecho «racial» a imponerse a los otros sin más límites que el propio deseo y los propios medios de destrucción. Eso que llaman «mundo libre» es, por su parte, un mundo liberado de leyes, mediaciones e instituciones internacionales; un mundo salvaje en el que se conserva por la fuerza la libertad de aniquilar todos los obstáculos. Me repugna que se interpele a los europeos con este discurso fraudulento y atroz y que los europeos respondan a los malhechores que lo pronuncian con complicidad y comprensión. Putin, mientras bombardeaba Kiev, ha condenado hipócritamente la agresión de Israel y de EEUU; la UE, al celebrarla, apoyarla o aceptarla con palabras huecas, ha renunciado a la negociación (de la que había sido parte importante desde 2002) y se ha puesto del lado de la fuerza bruta como única regla decisoria de las relaciones internacionales. Se ha puesto, es decir, del lado de Putin.
¿Debe tranquilizarnos que Irán no fabrique la bomba atómica? Sin duda. ¿Debe tranquilizarnos que se le impida hacerlo por cualquier medio? No. Más allá de las dudas sobre la fase en que se encontraba el programa nuclear iraní, y sobre si el enriquecimiento de uranio tenía en su caso propósitos solo civiles o también militares (desde 1991 Israel empuja a EEUU a una intervención so pretexto de que es «una cuestión de semanas»), los ataques de estos días tienen consecuencias potencialmente tan graves para la paz mundial que es mucho más que una irresponsabilidad haber dejado a un lado el marco de las negociaciones. Por lo demás, hagámonos todas las preguntas. ¿Es tranquilizador que tenga 5.000 cabezas nucleares la Rusia de Putin, que ha abandonado el acuerdo START con EEUU y el Tratado de Prohibición de los Ensayos Nucleares? ¿Y que tenga otras tantas bombas atómicas el EEUU de Donald Trump, que no descartó el uso de armas nucleares tácticas para destruir las instalaciones de Fordow? ¿Es tranquilizador que posea armas nucleares la China de Xi Jinping, de la que se sabe que busca compensar el desequilibrio de su arsenal nuclear fabricando más ojivas? ¿O que las tengan India y Pakistán, dos países enzarzados en un litigio histórico, a veces frío y a veces tórrido? ¿O que las tenga la futura Francia de Lepen o la futura Inglaterra de Farage? ¿O que las tenga Corea del Norte, el régimen más cerrado y chiflado del mundo, con el que nadie se atreve a meterse? ¿Es tranquilizador, sobre todo, que tenga bombas atómicas Israel, que nunca ha firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear, que está cometiendo un genocidio en Gaza y cuya política exterior es la más agresiva del mundo?
Es curioso que entre los objetivos de la guerra israelí contra Irán, Álvarez Ossorio no cite precisamente el que le ha servido de explícita justificación: me refiero a la eliminación de sus presuntas armas nucleares. No es un olvido. Es que, en realidad (como se hizo evidente hasta el anuncio del «alto el fuego»), el verdadero propósito de Israel, al que ha querido arrastrar a EEUU, era el cambio de régimen. Nadie sensato puede defender al régimen iraní, un veneno para la región y un verdugo para su propia gente; pero solo un insensato peligroso podría promover su derrocamiento desde el exterior y por la vía militar. Israel y EEUU, primera y segunda potencia mundiales, están haciendo todo lo posible para crear un orden internacional en el que se vuelva cada vez más deseable, para los que la tienen, usar la bomba atómica; y más deseable, para los que no la tienen, fabricar una. ¡Cuánto se debe maldecir Ucrania por haber cedido a Rusia en 1994 su arsenal nuclear a cambio de seguridad! ¡Cuánto se debe alegrar Kim Jong-un de tener cincuenta ojivas que le permiten mantener en la miseria económica y en el terror político y civil a su propio pueblo! En el nuevo orden de «retraducción imperial», presidido por la fuerza desnuda, promovido por Putin, Netanyahu y Trump, asumido sin muchas resistencias por la UE, en ese orden cada vez menos democrático e institucional, cada vez más desinhibido de acción y de palabra, lo normal es que todo el mundo quiera tener la bomba atómica. Y de hecho todo el mundo lo está intentando: algunos tratan de aumentar su arsenal nuclear, otros (como Arabia Saudí o Turquía) de procurarse uno. Irán, si no es tonto y le dan tiempo, lo intentará de nuevo.
Estos días tengo que hacer un enorme esfuerzo para reprimir la nostalgia de la Unión Soviética, la Guerra Fría y el «equilibrio del terror». Porque en este nuevo desorden de terror sin equilibrio, libre de las disciplinas de los bloques, sin instituciones internacionales ni aspiraciones democráticas, con líderes vesánicos y narcisistas, el deseo atómico fecunda las ambiciones de los supremacistas y acaricia los sueños de resistencia de los débiles. Hay que exigir a nuestros dirigentes europeos que al menos no abonen esa entropía sin retorno. Si la UE quiere seguir existiendo tiene que oponerse a esa lógica desnudamente imperial, lo que obligaría de entrada a tomar medidas concretas contra Israel, que sigue masacrando Gaza.
Trump, en pocas horas, ha pasado de bombardear Irán y amagar con el derrocamiento del régimen, a oficiar de nuncio alborozado de un «alto el fuego» y repartir bendiciones, como un pontífice bueno, entre los contendientes, a los que ha augurado un futuro de felicidad y prosperidad sin límites. Veremos hasta dónde llega este nuevo giro del guion; veremos qué nuevo sobresalto naranja nos prepara. En todo caso, la que ha llamado «guerra de los doce días», como si se tratara de un videojuego, nos deja un mundo aún más maltrecho, con muchas menos defensas frente al peligro atómico y ya completamente descarrilado de la diplomacia y el derecho internacional.
*Filósofo, escritor y ensayista