Masha Gessen*
The New York Times
La universidad más famosa del mundo ha hecho lo correcto, y esto es una noticia importante. No debería serlo. Pero a menos de tres meses del segundo gobierno de Donald Trump, nos sorprende la simple dignidad. La capitulación habría cosechado titulares menores.
El viernes, el gobierno de Trump envió una carta de cinco páginas a Harvard en la que acusaba a la universidad de no estar “a la altura de las condiciones intelectuales y de derechos civiles que justifican la inversión federal”. La carta exigía que la universidad cambiara su estructura de gobierno; revisara sus políticas de admisión; se sometiera a una auditoría externa de la facultad de Medicina, la Escuela de Salud Pública, la Escuela de Teología y varios otros programas que, según la carta, tienen “antecedentes atroces de antisemitismo u otros prejuicios”; renovar los procedimientos disciplinarios de los estudiantes; “poner fin al apoyo” y retirar el reconocimiento universitario a varios grupos estudiantiles propalestinos y al Gremio Nacional de Abogados; y comprometerse a un proceso de reforma que duraría “al menos hasta finales de 2028”, durante el cual la universidad presentaría informes trimestrales sobre su cumplimiento de las exigencias del gobierno. A la manera de un chantajista, la carta insinuaba, sin explicarlo del todo, que si la universidad no cumplía, perdería su financiación federal.
La carta procedía del Departamento de Educación, del Departamento de Salud y Servicios Humanos y de la Administración General de Servicios. Todos ellos son organismos que pueden intervenir en la supervisión de la universidad. Existen leyes y normas para dicha supervisión. Implican negociaciones, investigaciones y, cuando se trata de financiación federal, procedimientos congresales, completados con periodos de notificación pública. Este proceso es complicado por su diseño, uno destinado a proteger a las universidades de la intromisión caprichosa y con motivaciones políticas y a hacer de la retirada de la financiación federal una opción de último recurso.
Pero el gobierno de Trump retira primero los fondos y negocia después, prescindiendo del resto del proceso. Su primer objetivo fue la Universidad de Columbia. Cuando esta universidad accedió a las exigencias del gobierno, no recuperó la financiación. En lugar de ello, el gobierno está considerando exigir a Columbia que acepte la supervisión directa del gobierno, es decir, tomar el mando de la universidad.
Harvard optó por una respuesta distinta a la de Columbia. El lunes, sus abogados enviaron una carta al gobierno señalando que esta infringía la ley. “La universidad no renunciará a su independencia ni a sus derechos constitucionales”, decía la carta. “Ni Harvard ni ninguna otra universidad privada puede permitir que el gobierno federal se apodere de ella. En consecuencia, Harvard no aceptará las condiciones del gobierno”.
Ninguna otra respuesta debería haber sido posible por la lógica de la ley, o la lógica de la libertad académica, o la lógica de la democracia. Y, sin embargo, la carta de los abogados de Harvard provocó oleadas de entusiasmo en los círculos académicos. Es una medida de lo bajo, y lo rápido, que han caído nuestras expectativas.
Una de las personas que pareció sorprendida fue la representante Elise Stefanik, republicana y autoproclamada gendarme de la enseñanza superior, quien emitió un comunicado en el que declaraba que Harvard era el “epítome de la podredumbre moral y académica en la enseñanza superior”.
Los funcionarios del gobierno de Trump, el lunes por la noche, anunciaron rápidamente lo que habían sugerido: que congelarán 2200 millones de dólares en subvenciones plurianuales.
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Aun así, uno espera que otras universidades que se encuentren en el punto de mira del gobierno —y ahora son muchas— sigan el ejemplo de Harvard y vuelvan a hacer que el respeto por uno mismo, y por la ley, no sea una sorpresa.
*Columnista de opinión del Times. Ganó un premio George Polk por sus artículos de opinión en 2024. Es autor de 11 libros, entre ellos The Future Is History: How Totalitarianism Reclaimed Russia, que ganó el National Book Award en 2017.