Manu Pineda*
En el debate público se insiste en presentar lo que sucede en Gaza como una “guerra” entre dos contendientes equiparables. Sin embargo, la palabra “guerra” evoca la lucha entre ejércitos con capacidades similares. La realidad es otra: en un extremo, un ejército de alta tecnología dotado de tanques, aviones y artillería de precisión; en el otro, una población civil desarmada, reducida a familias que huyen sin destino, niños vulnerables, escombros, hambre y terror. Calificar este horror de guerra contribuye a legitimar y normalizar lo que, en los hechos, es un genocidio planificado.
La retórica de la “guerra” y el desequilibrio de poder
Hablar de “guerra” crea la ilusión de un enemigo militar organizado al que cabe responder con igual fuerza. Pero la Franja de Gaza, toda Palestina, carece por completo de aviación, tanques o artillería pesada: únicamente habitan civiles que tratan de sobrevivir a una ofensiva terrestre y aérea implacable. En las últimas semanas, los bombardeos han segado centenares de vidas —muchas de ellas infantiles— y han dejado fuera de servicio la práctica totalidad de los hospitales, escuelas y redes de saneamiento del enclave palestino. Desde el 2 de marzo de 2025, el ingreso de ayuda humanitaria permanece bloqueado. Nada de esto busca neutralizar una amenaza militar: su objetivo real es quebrar la voluntad de permanecer de un pueblo, sometido a condiciones de vida insoportables, para forzarlo a abandonar su propia tierra.
Genocidio a plena vista
El derecho internacional prohíbe el castigo colectivo de civiles y exige distinguir entre objetivos militares y no militares. Sin embargo, las operaciones en Gaza pulverizan esos estándares. Con más de 53.000 asesinados bajo las bombas norteamericanas, lanzadas por aviones F-16 o F-35 norteamericanos pilotados por militares israelíes, la magnitud de la violencia deja claro que no estamos ante simples daños colaterales, sino ante una estrategia de exterminio progresivo. Organizaciones como Amnistía Internacional y relatorías de la ONU han denunciado la privación deliberada de suministros básicos —agua, alimentos y medicinas— como arma de guerra. El bloqueo sistemático, junto con la destrucción de infraestructuras civiles —ambulancias sin combustible, hospitales destruidos y colapsados—, revela la intención de someter a la población palestina por inanición y enfermedad.
De la ocultación nazi a la ostentación israelí
Durante el régimen nazi, los crímenes de exterminio se ocultaban con prisas y ardorosas operaciones de limpieza de pruebas ante el avance del Ejército Rojo de la URSS y sus aliados. En Gaza, sin embargo, los crímenes se exhiben con orgullo. Altos cargos del Gobierno israelí han celebrado públicamente la devastación infligida, y soldados de ocupación comparten en redes sociales vídeos y fotografías de actos brutales. No es un simple desliz retórico: constituye una narrativa oficial que reivindica el castigo colectivo y normaliza la violencia extrema contra civiles inocentes.
Complicidad internacional y silencio cómplice
Estados Unidos y sus aliados europeos conocen exactamente el destino de sus suministros militares: decenas de informes estadounidenses documentan el uso de armamento norteamericano para matar civiles en Gaza, pero permanecen archivados sin acción. En el Consejo de Seguridad de la ONU, el veto estadounidense protege sistemáticamente al régimen israelí ante cualquier intento de imponer sanciones. La Corte Internacional de Justicia ha calificado de “plausible” la comisión de genocidio y ha exigido medidas urgentes de protección a la población civil, pero sus dictámenes no se traducen en sanciones reales. Este silencio no es fruto de la ignorancia, sino de una responsabilidad compartida que perpetúa el sufrimiento y da cobertura política a las atrocidades.
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El origen de la denominación: “guerra” versus genocidio
Llamar “guerra” a lo que sucede en Gaza sirve para encubrir un genocidio a la vista de todos, diluir la responsabilidad de quienes lo perpetran y proteger de la ira ciudadana a los gobiernos que lo avalan con su silencio. Pero la historia y el derecho internacional señalan con rigor que un ataque sistemático contra población civil desarmada, con la voluntad de destruirla total o parcialmente, encaja en la definición de genocidio. No se trata de un conflicto convencional: es un plan de limpieza étnica que persigue eliminar a un pueblo de su territorio.
La urgencia de la movilización social y popular
Frente a la exhibición orgullosa de las ruinas y al silencio cómplice de las potencias aliadas, la única respuesta digna y posible es la movilización social, popular y ciudadana. El pueblo palestino resiste, pero está exhausto. No podemos esperar a que pueda hacerlo solo: requiere nuestro apoyo activo e intenso. Nuestros Gobiernos deben entender que seguir apoyando a los genocidas les sale más caro que situarse del lado correcto de la Historia. Del lado del pueblo palestino, de la justicia, del derecho internacional y de los derechos humanos.
Solo con las calles llenas de rabia organizada, de manifestaciones en plazas y avenidas, de boicots y campañas de denuncia, podremos alterar el cálculo de poder que hoy favorece a los perpetradores. Es imperativo exigir:
- Alto el fuego inmediato, incondicional y permanente.
- Entrada ilimitada de ayuda humanitaria sin restricciones.
- Rendición de cuentas de los responsables políticos y militares.
Un llamamiento a la acción
La victoria electoral de Donald Trump ha reavivado las fantasías más oscuras del Gobierno de Netanyahu. Trump propuso abiertamente una “emigración voluntaria” de los habitantes de Gaza hacia otros países árabes o incluso al Cuerno de África, para convertir la Franja en un parque temático sin nativos. Netanyahu, por su parte, ha proclamado su intención de “conquistar Gaza y quedarse para siempre”, combinando bombardeos masivos con un cerco de inanición y sed que “resuelva el problema” de quienes no puedan o no quieran emigrar.
¿Hasta cuándo vamos a tolerar esta barbarie? ¿Cuántos miles de muertos más necesitamos para decir basta? La solidaridad con Palestina no es un gesto lejanísimo, sino un deber ético y político. Es una prueba de qué clase de sociedad queremos ser. La lucha del pueblo palestino es también la nuestra: contra el racismo, el colonialismo, el apartheid, la impunidad y el poder omnímodo del complejo militar-industrial.
El Gobierno español ha dado pasos destacados en el seno de la Unión Europea: ha promovido resoluciones, enviado ayuda humanitaria y elevado su voz en Bruselas. Pero esas medidas, por muy meritorias que resulten frente a otros Estados miembros, son insuficientes ante la magnitud de esta tragedia. España debe pasar de la retórica a la acción decidida:
- Romper relaciones diplomáticas con el régimen israelí.
- Expulsar de inmediato a la embajadora israelí en Madrid.
- Decretar un embargo total al comercio de armas con Israel.
Estas acciones no son simbólicas ni utópicas: son pasos firmes para debilitar el aparato militar y diplomático que sustenta el genocidio. Solo así España convertirá su solidaridad verbal en una política coherente con los valores de justicia, dignidad y respeto a la vida.
Movilicémonos. Llenemos calles, plazas, universidades y centros de trabajo con nuestra lucha por la Paz y la dignidad, con nuestra guerra al genocidio, a los genocidas y a sus cómplices. Organizar la rabia, coordinar boicots y amplificar la denuncia internacional son los instrumentos que tenemos para abrirles los ojos a unos gobiernos que mantienen los suyos cerrados por intereses poderosos. Porque si la Historia ha de recordar a alguien, que sea a quienes no se callaron ante el genocidio. Que sea a quienes lucharon para detener la masacre y defender la Humanidad.
*Ex diputado al Parlamento Europeo. Responsable de Relaciones Internacionales del Partido Comunista Español (PCE).