Esteban Álvarez León*
El nuevo autoritarismo —que se envuelve en banderas de libertad mientras recorta derechos, debilita el Estado y promueve la ley del más fuerte— quiere convencernos de que no hay alternativa, que debemos resignarnos al miedo, al orden impuesto, al cierre del futuro. Pero hay una convicción que empieza a extenderse con fuerza entre muchos sectores sociales: sí hay alternativa. Y esa certeza creciente es ya una primera derrota para quienes quieren clausurar la imaginación política. Otro mundo es posible, pero no es un sueño lejano: está en este, y depende de nosotros hacerlo real.
En estas líneas quisiera invitar a una reflexión compartida sobre la necesidad urgente de articular una alternativa ideológica y programática frente al avance de este proyecto político de corte reaccionario y antisocial. Aunque este nuevo autoritarismo no se presenta abiertamente como enemigo de la democracia, se comporta como una actualización del fascismo clásico, un fascismo 2.0 que diría el historiador italiano Steven Forti: no busca abolir las instituciones, sino capturarlas, colonizar el lenguaje público, convertir la política en un campo de batalla emocional y construir un enemigo interno permanente. Hereda del fascismo su programa emocional, su estrategia de agitación y su desprecio por el bien común, las políticas sociales, el diálogo como vía para resolver los conflictos y la construcción de un proyecto colectivo que incluya a todos, aunque lo vista con ropajes democráticos. Una reflexión abierta y optimista: porque pensar en otro futuro no es ingenuidad, es responsabilidad. No se trata solo de resistir, sino de reconstruir la esperanza desde una convicción colectiva.
La expansión global del nacionalpopulismo autoritario no es un fenómeno pasajero. Lo vemos en el ascenso de Trump, en las políticas de Orbán, en el discurso identitario de Meloni, en el giro ultraliberal y punitivo de Milei, en el peso creciente de Vox en España o en el estilo autoritario y populista de Isabel Díaz Ayuso, que agita emociones e impulsa una agenda regresiva desde la Comunidad de Madrid. En todos estos casos, se ataca frontalmente a los espacios donde se produce pensamiento crítico: universidades, medios públicos, instituciones culturales. Trump ha congelado fondos a Harvard por negarse a aplicar una agenda reaccionaria. En Madrid, Ayuso promueve una política de acoso ideológico a la universidad y al conjunto de la educación pública, amenaza con recortes y busca sustituir el pensamiento crítico por propaganda. La ofensiva es clara: deslegitimar el saber, erosionar la autonomía institucional, convertir la educación en un campo de batalla cultural.
Lo que tienen en común no es solo el desprecio por las formas democráticas tradicionales, sino la eficacia con la que conectan emocionalmente con parte del malestar social. Identifican culpables, prometen orden, invocan una pertenencia simple en un mundo complejo. Y lo hacen con un lenguaje claro y una promesa movilizadora.
Frente a eso, la respuesta de la izquierda ha sido con frecuencia reactiva, técnica o nostálgica. Se habla de instituciones, de reformas, de legalidad, pero rara vez se logra articular un horizonte de sentido que genere ilusión. Y sin ilusión, no hay política transformadora.
Por eso, es posible y urgente diseñar un contrapeso ideológico programático que no solo diga «no» al autoritarismo, sino que diga «sí» a otra forma de organizar la vida colectiva. Una propuesta afirmativa y movilizadora, que recupere el deseo de futuro como posibilidad concreta construida entre todos. Un proyecto que combine crítica con esperanza, que no tema al conflicto, que abrace la diversidad.
¿Es una tarea imposible? Todo lo contrario. Hay experiencias reales que nos muestran el camino. En Estados Unidos, la agenda de Bernie Sanders apostó por la democracia deliberativa con medidas como los presupuestos participativos, las asambleas ciudadanas y el control comunitario de servicios esenciales. En Europa, ciudades como Barcelona han impulsado procesos de cogobierno y recuperación de servicios públicos. Grenoble, en Francia, lidera una red de ciudades en transición ecológica y democrática. Y en América Latina, pese a sus crisis, florecen iniciativas de feminismo comunitario, economía solidaria, agroecología y cultura libre.
Nada de esto sale en los titulares, pero está ocurriendo. Y frente a los retrocesos reaccionarios, es importante también tener en cuenta la política del actual gobierno de Pedro Sánchez, que pese a sus límites y tensiones ha apostado por ampliar derechos, como la ley de vivienda o la reforma laboral, fortalecer el Estado del bienestar con políticas feministas y de protección social, y mantener una agenda progresista en un contexto europeo de creciente presión autoritaria. Lo que demuestra es que la política no está muerta: está esperando nuevos relatos, nuevas instituciones, nuevas formas de hacer.
Porque el mayor triunfo de los autoritarismos sería convencernos de que no hay salida. De que lo único posible es elegir entre miedo o caos. Pero no es verdad. El hecho de que cada vez más personas se pregunten «cómo» y no solo «por qué» es ya una primera victoria. Significa que seguimos pensando juntos y que hay ganas de futuro.
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Por eso, frente a la lógica del miedo, la tarea es imaginar desde el deseo. Frente a la exclusión identitaria, hay que articular desde la cultura de la convivencia. Frente a la imposición de un orden único, ofrecer la potencia de la diversidad. Criticar, sí. Pero como punto de partida para crear, no como única forma de habitar la realidad.
La construcción de este contrapeso no es tarea de iluminados ni de tecnócratas, sino de muchos. Se hace entre actores distintos, desde territorios diferentes, con lenguajes diversos. Y justo por eso es más real, más potente, más legítima.
La democracia necesita volver a ilusionar. No para repetir sus viejos dogmas, sino para reinventarse como una promesa creíble de vida digna y común. Como escribió Hannah Arendt, «el poder surge cuando las personas se reúnen y actúan concertadamente». No hay garantías, pero sí hay posibilidades. Y vale la pena pelear por ellas, sin prisa pero sin pausa.
La alternativa está ahí. No como una receta, sino como una tarea compartida. ¿Nos atrevemos a construirla?¨
*Portavoz de Educación del Grupo Socialista en la Asamblea de Madrid