Ya está aquí. La segunda ola —el temido regreso con fuerza de la pandemia que en el último invierno apareció en China, que obligó a la reclusión de media humanidad, que paralizó la economía y ha dejado más de un millón de muertos— se ha instalado en Europa, epicentro global del coronavirus en el otoño de este largo 2020.
Todo parece un mal sueño, una repetición de lo que se vivió entre los meses del pasado marzo y mayo, cuando la primera ola de la covid-19 golpeó el continente.
De nuevo, llegan los confinamientos, las medidas más eficientes disponibles a la espera de las vacunas, pero con considerables costes sociales, psíquicos y democráticos.
De nuevo, el riesgo de la saturación de los hospitales y de más muerte y enfermedad, aunque —y la diferencia no es menor— esta vez con la experiencia de la ola anterior, una capacidad mayor para hacer test y un mejor conocimiento científico del virus y de los tratamientos.
De nuevo, la impresión de que se habría podido anticipar lo que se avecinaba, de que los gobernantes se han vuelto a ver desbordados y finalmente forzados a imponer a última hora las restricciones arcaicas que se han usado desde tiempos inmemoriales cuando no existían remedios médicos.
“Debemos ser humildes ante la fuerza de la naturaleza”, dijo el sábado el primer ministro británico, Boris Johnson, al anunciar un nuevo confinamiento nacional en Inglaterra —Escocia, Gales e Irlanda del Norte disponen de autonomía en esta crisis sanitaria—, después de resistirse a las presiones de sus propios científicos. “En este país, como en el resto de Europa, el virus está propagándose más rápido incluso de lo previsto en los peores escenarios manejados”, afirmó.
Johnson es el último en sumarse a los confinamientos y otras medidas adoptadas para restringir la libertad de movimiento ante el avance imparable de una segunda ola que, según el presidente francés, Emmanuel Macron, “sin duda será más dura y letal que la primera”, y que ha admitido que ha dejado “desbordados” a los europeos. Desbordados y exhaustos, como ha dicho otra dirigente, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, al hablar de un “doble enemigo”: el coronavirus y el cansancio por el coronavirus y las medidas preventivas.
La segunda ola evidencia los fallos en las desescaladas: la estrategia de los test, el rastreo y el aislamiento visiblemente no ha funcionado en todos los países. Planea un interrogante sobre la capacidad de las democracias occidentales para gestionar una crisis de tales dimensiones. El golpe económico y moral: un regreso a la casilla de salida. Si en la primera ola el libro de moda fue la novela La peste, de Albert Camus, en esta podría ser un ensayo del mismo autor, El mito de Sísifo, personaje de la mitología griega condenado a subir una roca a una montaña y a ver cómo, al acercarse a la cumbre, la roca cae y debe volver a subirla eternamente.
Macron anunció en su discurso un nuevo confinamiento, algo más laxo que el de la primavera, pues, como el de Johnson, permite la apertura de las escuelas. Otros países —Austria y Portugal también se sumaron este sábado— imponen otras restricciones, si no tan estrictas, sí encaminadas a frenar la expansión acelerada del virus en el continente que acapara casi la mitad de los nuevos casos confirmados en el mundo y un tercio de las nuevas muertes.
Con información de El País