Miquel Ramos*
Público es
Varios vehículos medicalizados y de personal de rescate circulan por una de las carreteras de Gaza en plena noche. Hay un control militar a la vista. Los vehículos están perfectamente identificados, con sus respectivas luces y símbolos de la media luna roja. Los tripulantes llevan sus respectivos chalecos y sus trajes que los identifican como trabajadores sanitarios y rescatistas. Los vehículos paran, la imagen se oscurece y el plano permanece varios minutos en negro mientras se oyen gritos y disparos. Y luego, el silencio.
Varios días después, sus cuerpos aparecen en una fosa común. Algunos tienen las manos atadas. Tienen disparos en el pecho y en la cabeza. Uno de ellos lleva un teléfono móvil en el bolsillo. Alguien hace llegar a los medios un video que el dispositivo guardaba en su galería. El último documento registrado. “Perdóname mamá, elegí el camino de ayudar a los demás”. Son las últimas palabras de uno de los médicos antes de morir. Antes de ser ejecutado por soldados israelíes y de ser enterrado en una fosa junto a sus compañeros.
El vídeo desmiente la versión del ejército israelí sobre el suceso, que sostenía que los vehículos no iban identificados. Una mentira más de quienes se esfuerzan cada vez menos en disimular el genocidio que llevan cometiendo en la franja desde hace año y medio con absoluta impunidad. Todas las mentiras de la propaganda israelí se han derrumbado, desde los supuestos bebés decapitados en el kibutz hasta las violaciones de rehenes o los cuarteles de Hamás en los hospitales bombardeados. Pero no importa. Ahora ya ni se molestan en buscar excusas. Han ejecutado a 15 médicos, los han enterrado en cunetas y todo sigue igual.
Esta es solo una noticia más en el mar de relatos e imágenes atroces que cada día recibimos, impotentes y angustiados, todavía incrédulos ante lo que sucede sin ninguna consecuencia. Cada día podríamos escribir sobre una historia similar, o varias, que suceden ante nuestros ojos en Gaza y Cisjordania ante la pasividad cómplice de la comunidad internacional. Cada día, el guion de una película se escribe en Gaza, solo que nadie la llevará a la gran pantalla. Los protagonistas no son esos occidentales cuyas historias y anécdotas se convierten en magnánimas obras literarias o cinematográficas, odiseas de culto por mostrar su enorme sufrimiento y resiliencia. Hay una otredad construida a conciencia, una estrategia de deshumanización para que lo que allí sucede parezca más fruto del azar que de la voluntad genocida de otros seres humanos. Una catástrofe, como dijo anteayer nuestro ministro de Exteriores, refiriéndose a lo que sucede en Gaza como quien habla de un terremoto o una riada. Sin señalar responsables.
Estos mismos días, más periodistas han sido asesinados, quemados vivos por las bombas israelíes mientras se refugiaban en precarias tiendas de campaña. Van más de doscientos desde que empezó la operación de destrucción de Gaza. Más periodistas asesinados que en las dos Guerras Mundiales juntas. Que en cualquier conflicto armado anterior. Israel tiene un nuevo récord, otra medalla, que es asesinar a más periodistas que nadie. Y no pasa nada. Tampoco pasa de ser una noticia más en la sección Internacional los 40.000 niños palestinos que han quedado huérfanos desde el inicio de los ataques. Este tipo de noticias quedan sepultadas entre las últimas declaraciones de Trump, sus aranceles, los Teslas de Musk o la matraca del rearme europeo.
Escribir sobre esto, cuando lo hemos hecho ya varias veces estos últimos meses, puede parecer reiterativo, pero disculpen si nos negamos a que esto suceda sin más, a que el tiempo pase y nos haga enterrar cada día todas estas historias. Porque son demasiadas, porque son insoportables, porque, a pesar de ser contadas y mostradas con toda su crudeza, siguen sin provocar la más mínima acción de quienes tienen capacidad de intentar pararlo y eligieron seguir como si nada. Y porque no queremos que los verdugos se olviden de que seguimos señalándolos. Que no olvidaremos.
Nuestros gobernantes siguen instalados en el lamento distante, en la crítica tímida e inocua que creen suficiente para apaciguar la indignación y salvar su conciencia. Están escribiendo su papel en la historia, y estoy seguro de que en un futuro no les va a gustar, por mucho que recuerden que un día manifestaron su repulsa, porque de ahí no pasaron. Puro postureo. Mientras, las llamadas al exterminio total de la población palestina son cada vez más habituales, más claras, menos timoratas. Ya puestos, y viendo que nadie hace nada, lleguemos hasta el final y no nos molestemos ni en disimular. Por eso, la limpieza étnica se ha extendido y acelerado en Cisjordania.
Ante esta arrogancia, esta banalidad absoluta que trata de acostumbrarnos a la muerte y al dolor por reiteración, nos queda contarlo mientras sucede, recordar que no somos indolentes, que nos sigue indignando. Que seguimos señalando la complacencia de nuestros líderes políticos que defecan sobre la legalidad internacional y extienden una alfombra roja a Netanyahu, allá por donde va, mientras está reclamado por la Corte Penal Internacional. Lo explica de manera brillante el escritor indio Pankaj Mishra cuando describe la imagen que transmite Occidente al mundo y la deriva fascista que acompaña a Europa con este genocidio como telón de fondo. Ante esto, dejarlo por escrito nos rebela contra la la rendición a la que pretenden someternos, por mucho que este sea uno de tantos otros artículos sobre Gaza. Un artículo más sobre Gaza, sí, y los que hagan falta para no desertar de nuestra humanidad.